La Nación
OPINIÓN

Pastores sin rebaño

El viejo adagio reza: “Una cosa piensa el asno, y otra el que lo arrea”. Nada más verdadero y contundente. Es cierto, claro, porque en el conflictivo aparato social en el que convivimos, las viejas jerarquías impositivas han venido decayendo, pasando de moda con el tiempo. Hoy, en casi todas las esferas de la vida, son pocos, o muy difuminados, los rastros de la opresión y el sometimiento a los ideales que ayudaron a mantener imperios imperturbables durante años. La principal revolución que se viene promoviendo desde inicios del siglo XX es precisamente la revolución de la libertad del pensamiento. Todos tenemos el derecho a creer en cuanto queramos, a seguir los lineamientos que a bien tengamos, y a actuar a nuestro libre albedrío.
 
En política esto sí que es más frecuente. Ya cesaron esos curtidos paradigmas de antaño donde los partidos eran amos, dueños y señores de los votos comunales. En nuestra realidad, el partido deja de ser ese constructo magnificado de ideales, pasiones y sentimientos, y pasa a jugar un papel eminentemente formal. Digamos que hoy en día la política se hace a partir del candidato, más que del partido que lo avala. Hasta finales de siglo la cosa era diferente, como militante de tal o cual color, era mi obligación, casi totalmente impuesta, la de votar por el figurín que el partido decidiera en su marañosa escogencia en cónclave capitalino. No había libertad de preferencia, ni pluralidad de opciones.
 
Hay aún algunos líderes todopoderosos que no lo entienden así. Los convenios se siguen firmando; las marrullas se siguen haciendo; y los cónclaves continúan gestándose en cuartos secretos, entre barones plenipotenciarios que deciden a diestra y siniestra la suerte de otros, pasando por encima siquiera de cualquier tipo de escrúpulo, decoro o decencia.
 
Aún siguen convencidos, embelesados en su sentimiento narcisista, de que su caudal político es inamovible; que los votos de sus militantes son seguros, y que por más vueltas que ellos den, acomodándose en el puesto que más les favorezca, nada ni nadie hará que esto cambie.
 
Profundas desilusiones se llevarán en las urnas. La gente también se deja mover por pasiones; sentimientos que pueden ir desde el delirio descomunal, hasta el rechazo y la anarquía política. Ahora los sometimientos son vanos e irrisorios. Ya nadie tiene seguro nada; los votos de uno no le están fijos al otro; y las adhesiones, más que sumar, pueden estar encaminando al pastor al más inclemente barranco.
 
Aquellas ovejas mansas están cambiando de rebaño, casi con la misma facilidad que como el pastor cambio su suerte. Muchos son los que han dejado el bando, buscando respaldar a la oposición de quienes fueron su fortín durante años. Éste fenómeno obedece más que al engaño y a la falsedad, a la rebeldía y al inconformismo. A la gente no le gusta que le jueguen sucio, ni mucho menos que decidan su suerte sin consultarles. Los que pretendieron apostar con el caudal de otro, bien pueden ir pensando en planes de emergencia, o en salidas decorosas y asertivas. El único trabajo que vale en campaña es el que se ha hecho con esfuerzo propio, con un equipo estructurado, y con la coherencia de un ideal y de una trayectoria bien concebida, manejada y mantenida. Pero aquel que siempre vive buscando acomodo, alejándose de sus bases, de los suyos, estará comprando el boleto equivocado, arrastrando consigo a aquel que confió en su aporte, que pensó fortalecerse exponiendo su talón de Aquiles.