La Nación
“¡Ahí, ahí; déjela quieta, carajo!” 1 26 julio, 2024
INVESTIGACIÓN

“¡Ahí, ahí; déjela quieta, carajo!”

Los techos de nuestros domicilios estaban poblados de antenas metálicas parecidas a espinas de pescados. A través de tapas de calderos viejos creímos tener la mejor señal. Nuestra televisión cumplirá 70 años.

Olmedo Polanco

A la tía Hilda María le sorprendió una luz intermitente que se originaba en la sala de su casa y se proyectaba hacia la calle a través de la ventana. Esa noche había terminado el turno de enfermera en formación en la Clínica Minerva de Ibagué. “Era una caja con una pantalla gruesa que se sostenía en cuatro patas torneadas y redondas”. Recuerda que en 1957 tenía 16 años y el general Gustavo Rojas Pinilla era el presidente de la República.

“Un hombre muy bien vestido decía noticias. Mi papá Ezequiel, mi madre Ana Tulia y el resto de la familia prestaban atención con asombro”. En casa de Hilda María Galindo Galindo, su hermana mayor, Cecilia del Carmen; había comprado un televisor. Desde entonces, en la Manzana 39, Casa 10 en la tercera etapa del Jordán en Ibagué, los parpadeos de las imágenes en blanco y negro alumbraban la cuadra al ritmo de los planos y las secuencias proyectadas desde el rincón de la sala.

Con Jaime Humberto Silva Cabrales, Director de Señal Memoria de RTVC, hablamos de los inicios de la televisión en Colombia. Asistimos al XXI Congreso Colombiano de Historia en Ibagué, convocado por la Universidad del Tolima durante la primera semana de mayo pasado. “Cumpliremos 70 años. Nuestra televisión apareció en la celebración del primer año de gobierno del general Rojas Pinilla”, me dijo emocionado y orgulloso.

“¡Ahí, ahí; déjela quieta, carajo!” 7 26 julio, 2024
Vista parcial de las instalaciones del Instituto Nacional de Radio y Televisión – INRAVISIÓN- en Bogotá. Fotografía: Colprensa. Publicada por SeñalColombia.tv

Un lugar importante para el televisor

Luis Edgar Vidal Lemus, nació el 9 de abril de 1948, se pensionó luego de trabajar para el Instituto de Crédito Territorial. Vive con su esposa Luz Albiria Macías Zamora en el barrio Santa Inés, en Neiva. “Vi la televisión por primera vez en casa de nuestro vecino Vicente Ortíz, en el barrio Altico”. Recuerda que la muchachada debía sentarse en el piso, frente al televisor y en silencio absoluto. “Era emocionante ver que la persona que hablaba nos miraba a nosotros. Nos causaba alegría, pero no podíamos expresar nuestras emociones. Si hacíamos bulla, nos teníamos que retirar de la sala como una forma de censura”. El mueble del televisor de 24 pulgadas, estaba decorado con una carpeta bordada a mano y en crochet. Sobre la manualidad tejida con ganchillo, dos porcelanas brillantes: un caballo castaño a galope y una mujer joven recostada al equino, con un ramo de flores en sus manos.

Según Hernando Téllez B., para lograr el milagro de la televisión en Colombia “…se había producido una carrera vertiginosa de menos de seis meses para inaugurarla en la fecha previamente anunciada”. Es más, aseguró que Fernando Gómez Agudelo y Jorge Luis Arango, “…habían comprometido su prestigio y su capacidad profesional para crear la televisión colombiana”. “Saltamos de la mula al avión, de manera que nos será fácil pasar de conversaciones infatigables al novedoso estado de contempladores domesticados de televisión”, publicó el periódico El Espectador el 14 de junio de 1954.

Vidrios pintados de colores y la vara más alta

José Miller Trujillo, es compositor de músicas andinas colombianas. “Vi televisión por primera vez a través de una vitrina del Almacén Luxor, en Neiva”. Me ha dicho que la novedad electrónica no le impresionó tanto. “En cambio, fue trascendental cuando por primera vez vi la televisión a color originada por TV Francia; estaba de visita en un pabellón de una feria internacional en Bogotá”.

Los comerciantes de vidrios pintados con los colores primarios (rojo, amarillo y azul), aparecían los días de mercado en los municipios, para vender a plazos las pantallas que simulaban escenas multicolores si se enganchaban literalmente delante del televisor.

“Para ponerle color a las pantallas de televisión, los programadores de telenovelas y espectáculos musicales tendrán que prever aumentos hasta del 40 por ciento en vestuarios y decorados”, expresó el periodista Javier Darío Restrepo (Jericó – Antioquia, 3 de diciembre de 1932 – Bogotá, 6 de octubre de 2019). Los noticieros deberían hacer millonarias inversiones en equipos. “Los televidentes tendrán que pensar en reemplazar sus televisores por aparatos que, hoy por hoy, cuestan en promedio 30 mil pesos”, advirtió Restrepo. (El Tiempo. El color no es como lo pintan. Jueves 14 de junio de 1979. Página 1B).

Gustavo Gómez Falla, nació en Gigante (Huila) y trabaja en la Universidad Surcolombiana. “Veíamos la televisión en casa de mi padrino Ángel Rodríguez. Era un aparato grande y con varios botones para seleccionar el canal, buscar nitidez y lograr la intensidad del volumen”. A continuación su narrativa sobre el asombro: “Era sensacional ver que una persona cabía en una pantalla; sobre todo, que los artistas hablaban, cantaban y bailaban. Una sensación muy rara”. “Al hacer girar un botoncito, los colombianos abrieron la puerta de un universo para ellos misterioso”, publicó el periódico El Tiempo, en la sección de opinión, página 4A, del jueves 14 de junio de 1979.

Cuando llegó el primer televisor a casa de la familia Gómez Falla, “Incrustamos la antena que parecía un esqueleto de pescado en la punta de una  guadua muy alta. Desde muy arriba bajaba un cable plancheto y plástico con hilos fibrosos que se conectaban detrás del televisor”. Mínimo dos personas se ocupaban de instalar el aparato. El más hábil trepaba hasta el techo, clavaba un atornillador grueso sobre la guadua y la giraba en dirección a Cerro Neiva. “En la sala permanecía muy atenta otra persona que indicaba el momento preciso cuando la señal era la mejor”, ha dicho  Gustavo. “¡Déjela allí!”, se escuchaba en el vecindario. Sin embargo, no siempre la imagen no era nítida, porque una comunidad de hormigas electrónicas la hacían ‘lluviosa’.

“¡Ahí, ahí; déjela quieta, carajo!” 8 26 julio, 2024
Gustavo Rojas Pinilla, Presidente de la República, inaugura la televisión estatal de Colombia. Archivo: Señalcolombia.co

Señales en Laboyos

Clemencia Rico de Correa, vive en Pitalito y tiene 85 años. “A mis hijos los dejaba ir hasta la casa de Roberto Molina Vásquez, para que vieran la televisión”, me narró.

También veían los programas infantiles en el televisor de la profesora Josefa Núñez de Coy. “Luego mi papá Helio Fabio Correa Oliveros, que trabajaba para el Ministerio de Obras Públicas, compró un televisor en el Almacén Philips, administrado por un señor de apellido Facundo”, recuerda Rocío.

El vendedor Guillermo Basto Tovar, llevó el televisor a casa, en el sector de Agua Blanca. Entre dos personas cargaron el aparato que terminó tutelando la sala como una estrella artificial.

De la conversación participó el escritor Gerardo Meneses Claros. “En 1974, al llegar de la escuela, nos encontramos con un enorme aparatejo del que salía una pantalla y de ella las imágenes en blanco y negro de un programa de televisión”, rememora. Sin consultarlo con Jesús María Meneses, su marido; Martha Elena Claros, había sacado el televisor a cuotas en el almacén Philips, en Pitalito. “No recuerdo exactamente la conversación entre ellos cuando papá descubrió el armatoste aquel en la sala”. Doña Martha Elena, siempre dijo que las familias pudientes tenían televisor y entre más grande mejor. Don Jesús María era dueño de una empresa comercializadora de café.

La red más audaz conformada por ocho enlaces técnicos instalados en los cerros tutelares, había vencido la geografía colombiana para llevar la televisión hasta las regiones. La proeza técnica debió “…desvirtuar muchas hipótesis que consagraba la ortodoxia tecnológica de esos días, en cuanto a los fenómenos de propagación y su comportamiento en regiones montañosas”, ha escrito Joaquín Quijano Caballero. La televisión colombiana, según el analista de medios, fue, en consecuencia, el fruto de largos estudios que se iniciaron en 1937. (El Tiempo. La TV fue un ‘milagro’. Jueves 14 de junio de 1979. Página 1B).

Gracias a RTI Televisión, en nuestra infancia vimos: a través del ‘Cuento del domingo’, a las 8:30 de la noche: “Los días que uno tras otro son la vida”, 62 cuentos inéditos de García Márquez, “Los adioses”, de Juan Carlos Onetti, “La Venganza” de Arturo Uster Pietri, y “El Trueno entre las hojas”, de Augusto Roa Bastos. La misma programadora nos deleitó la temprana edad, todos los días a las 9:50 de la noche, con obras de Vargas Llosa, Pablo Neruda, Otero Silva, Gómez Valderrama, Martha Lynch, Flor Romero de Norha, Ernesto Sábato, José Guimaráes, Jorge Amado, Germán Arciniegas, Salvador Garmendia, entre otros novelistas latinoamericanos.

El cierre de las emisiones

Desde los estudios de Inravisión en Bogotá (Instituto de radio y televisión, creado mediante el Decreto 3267 del 20 de diciembre de 1963), un pregrabado anunciaba el final de las emisiones del día. Alguien de la familia se incorporaba de la silla y empujaba la perilla más pequeña para apagar el televisor y desconectar el cable alimentador de energía.

La última imagen proyectada se iba cerrando en la pantalla bombacha hasta terminar en un pequeñísimo punto luminoso que se proyectaba hasta el infinito. La pantalla quedaba a oscuras y el silencio volvía a la sala. El fin de la emisión mandaba a dormir.