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El poder fetichista del Procurador

Si bien es cierto que el interés debería centrarse de manera preferencial en nuestro propio meollo, no deja de ser un asunto obligado del cual hablar. El lunes pasado, le fue notificada la destitución del mandato al alcalde Petro por parte del procurador Ordoñez. Si duda lo que se ve aquí es una crisis de las instituciones, en este caso el de la procuraduría, y su fetichización del poder que lo único que ha confirmado es un evidente atentado a la democracia del pueblo. Pero, ¿por qué “poder fetichista”? Permítanme comentar brevemente. La palabra “fetichista” proviene de fechoría, es decir, lo facto, lo hecho. En este sentido, lo hecho por las manos de los hombre y convertido en divinidades es fetichismo. La “divinización” o la idolatría del poder es el cáncer que ha carcomido la legitimidad de las instituciones en sus funciones.

Así, el fetichismo del poder, como lo sostiene el filósofo Enrique Dussel, “comienza por la humillación subjetiva del representante singular que tiene el gusto (…) la pulsión sádica del ejercicio omnipotente del poder fetichizado sobre los ciudadanos disciplinados”. El ejercicio del poder feudal por parte del Procurador pareciera que buscara virtudes en esta vida esperando quizá la felicidad en la eternidad. De esta manera, el poder fetichizado no es más que una forma de dominio que se afirma-así-mismo y que niega a aquel que no-es como él.

La destitución a Petro es una expresión de negación a la democracia, la cual estaría representada en la voluntad del pueblo que fue el que le otorgó el ejercicio del poder. En esta perspectiva, la política seria mal entendida como el arte del ejercicio del poder sobre el que no-es, es decir, sobre antagonistas que son sometidos a la voluntad de las instituciones fetichizadas a favor de interese particulares. El poder fetichizado, y en esto coincidimos con Dussel, no está fundado en la fuerza del pueblo, sino en fuerzas que someten al pueblo. Por lo tanto lo que genera es una atomización de la sociedad, una fragmentación que permite una mayor facilidad en el reinado, pues como reza el refrán: “divide y reinarás”. El poder fetichista solo triunfara y se destituye al poder popular.

La destitución del mandato de Petro, aun cuando no nos toca directamente y a pesar que son un par de centrares de kilómetros lo que nos distancian, el fenómeno como tal nos debe tomar por asalto a reflexionar, pero no tan mediáticamente como estamos acostumbrados a ver las cosas que ocurren, a semejanza de los prisioneros del mito de la Caverna de Platón para quienes lo real eran las sombras proyectadas en la profundidad de la pared como reflejo de una luz ante la cual se imponían diversos objetos. Sin duda alguna, estamos de cara ante una coyuntura poco ordinaria. No es populismo lo que se respira en la Plaza de Bolívar, frente a la cual son escritas estas líneas. Es el pueblo, lo común, lo raso, que se encuentra alentando en vítores más que a un hombre, a su propia afirmación; la afirmación del poder popular.