La Nación
Juan David Huertas Ramos
COLUMNISTAS OPINIÓN

Entre la justicia y la barbarie

En los lugares más salvajes, en las sociedades más inhumanas, la justicia es inexistente. De hecho, podría asegurarse que casi todos los pueblos han evolucionado hasta el punto de encontrar un sistema de justicia eficiente y eficaz que proporcione garantías para las personas que actúan de forma correcta con la ley, según el sentido común y de acuerdo con códigos de comportamiento ético y moral.

Infelizmente, algunos países han caído en la hegemonía de la barbarie, y el proceso de involución es innegable. En casi todos, se vive bajo un gobierno autócrata, presos de los caprichos del tirano. En otros, que parecen conducirse hacia el caos, la autoridad la ostentan los criminales, y pareciera que el gobierno les asiste, en ocasiones, como lacayo o cómplice. Sea como sea, los pueblos que no consiguen crear un buen sistema de justicia son aquellos en los que la barbarie gobierna, donde no existen condiciones de vida para las personas buenas y donde los victimarios imponen su propia “ley”. Por su puesto, en esos países, la paz no existe, ni existirá tampoco de forma real.

Ahora bien, todo parece indicar, desgraciadamente, que Colombia va hacia la barbarie por varias razones.

Primero, los procesos de paz han sido fracasos rotundos. Pues, la violencia, los secuestros, los asesinatos, y demás actos de barbarie han seguido presentes en la realidad nacional. No sabría decir si esto ocurre a pesar de tales procesos, o por cuenta de estos.

Segundo, infortunadamente, la arena política nos presenta algunos personajes que han construido la escalera de sus carreras sumando la comisión de delitos cual peldaños. Esto, sin duda alguna, es una barbaridad. Sin embargo, resulta más salvaje que personas de buen proceder traten de legitimar la conducta de aquellos personajes que han logrado ser parte de la vida pública violando el código penal a su antojo.

Tercero, la rama judicial no ostenta el poder que verdaderamente debería tener. Como producto de ello, las tasas de impunidad son alarmantes.

Cuarto, el superávit que Colombia vive en materia de criminalidad genera diariamente hechos de violencia tales como asesinatos de policías y militares, tomas de municipios por parte de grupos armados ilegales, masacres de población civil perpetuadas por criminales, utilización forzosa de la población civil como escudo para evitar cobardemente la acción legítima de la Fuerza Pública, asesinatos de líderes sociales, entre otros. En conjunto, esta situación aterradora debería cuestionarnos si ¿acaso se ha normalizado la violencia en el país?, o si ¿el Estado ejecuta alguna acción para contener la criminalidad?, inclusive, ¿cuál es la responsabilidad del gobierno en la ola de violencia que cobra muchas vidas a diario?

Entonces, surge la inferencia de que, si el destino del país es la justicia o la barbarie, la población colombiana que se rige por el imperio de la Ley, se debate entre la civilidad que trae consigo la administración de justicia, lo que implica lógicamente el castigo del crimen, o la deshumanización de la sociedad. El principal efecto de preferir la barbarie será perder la libertad en todas sus formas.