La Nación
COLUMNISTAS

La estrella del año

Un navío es una voluntad que surca océanos o en este caso, confines siderales. La nave Rossetta se posó con sigilo etéreo en una roca, en un cometa de esos que los ojos de los antiguos no detectaron y que orbita entre los míticos planetas Marte y Júpiter. Por el nombre del astro, Churyumov, se infiere que fue delatado por astrónomos rusos. La empresa fue diseñada por la Agencia espacial Europea. Los científicos, franceses, belgas, ingleses. Ya una agencia japonesa había apareado una sonda “Halcón” con un asteroide. También la Nasa (gringos), posaron en Marte un laboratorio. Todo esto, en este bipolar año 2.014. No hay en los continentes historia sagrada con sus astutos profetas que haya vaticinado la llegada de los brazos humanos a esos confines. Tampoco ideólogos que anunciaran la naturaleza de la materia que merodea el tiempo espacio de Einstein. Marx y Engels tuvieron suficiente con el telégrafo, el ferrocarril y la revolución industrial. Aparentemente estos viajes poco han perturbado la vida de los habitantes de la tierra. Pero se olvida que el hombre es una fábrica de imágenes; y esas sondas, naves o laboratorios nos dibujan el cosmos de alguna manera divergente con la formación tradicional, los parroquialismos, los estrechos nacionalismos, las ideologías mesiánicas, los credos intransigentes. Pueden ser malas noticias para quienes fabulan con las raíces, las etnias, los indigenismos rentables. Cada vez es más claro que sí hay una cultura universal, una tendencia a encontrarse el hombre con sí mismo en el camino de una historia donde los humanos terminan siendo tan parecidos y semejantes a pesar de las razas, como lo fueron en el principio. Ahora se dice que del cielo llegó la vida, la química, los organismos. Todo empezó con las estrellas. El primitivo organizó sus ritos armonizando con ellas. Lo sagrado tuvo su origen en los astros. A ellos apuntaron las pirámides y monolitos en los dispersos lugares de la tierra. Inspiró el Génesis en la Mesopotamia, los aztecas y el Popol Buh. También para contar el tiempo.

Todas las etnias hoy se vuelven a encontrar, o en últimas han sido una. Hay una cultura, un espíritu que se globaliza. La forma como el sujeto asimile esta concepción del universo que ahora en la era posindustrial nos señala la exploración cósmica, debe representar un cambio en el comportamiento de los seres que aún odian y hacen la guerra. Por eso un viaje a las profundidades del espacio, al que muchos hombres de diversas nacionalidades y economías globalizadas han contribuido, es la estrella del año.