La Nación
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La lidia de los toros

Las corridas de toros en Colombia han vuelto a salir al debate por cuenta de la reapertura de la plaza de toros La Santamaría el fin de semana pasado tras casi cinco años de cierre para eventos taurinos. Los que están a favor y en contra de esta práctica salen todos los días para esgrimir sus argumentos tratando de conseguir adeptos a su causa.
Uno de ellos es el escritor Alfredo Molano, quien en su columna de El Espectador del 29 de enero de 2017 defiende esta práctica y nombra a los defensores de los animales como “citadinos” que no conocen las prácticas del campo y por eso no pueden entender la esencia del toreo. A pesar de que la relación con los animales de las personas de un ámbito rural es distinta a la de las personas que habitan en las ciudades, he podido ver a campesinos darles comida a sus vacas con las manos mientras llaman a las otras por sus nombres. Y no es que las consideren humanas como suelen hacer los de la urbe con sus mascotas, según menciona el investigador.

Sigue el escritor afirmando que es muy hipócrita que la única diferencia entre el asesinato con fines alimentarios y el toreo es el escenario. Es decir, se defiende al primero porque es privado y se rechaza al segundo por ser público. Como dice el mismo Molano: “Matar a un toro con una espada es un delito, pero machacarle la cabeza a un ternero con un martillo eléctrico y degollarlo es legítimo”. Sin embargo, en esta afirmación se omite todo el show y no se mencionan qué acciones se cometen para ofrecer ese espectáculo (banderillas, sangre corriendo por el cuerpo del toro, un animal moribundo que está desubicado y una élite social que se encuentra, quizá, para ver qué negocios pueden pactar) que engloba la muerte.  

Continúa Molano predicando que las corridas de toros son simplemente un reflejo de la naturaleza donde el pez grande se come al pez chico y los centros comerciales a las pequeñas tiendas. A esto lo llama de manera muy artística la metáfora viva sobre la vida y la muerte. Es cierto, las relaciones sociales y la naturaleza suelen ser en ocasiones muy agrestes y eso es una realidad cotidiana tanto en nuestras ciudades como en nuestro campo, pero no necesitamos que nos lo muestren en forma de metáfora en las plazas de toros cada ocho días.

Termina Molano su columna diciendo que él es una víctima de los animalistas porque lo tratan muy mal por las redes sociales. Alfredo coincide con los medios oficiales al señalar a quienes asisten a estas manifestaciones como unos vándalos que se ensañan contra los que escriben a favor de las corridas de toros. Él olvida que en las manifestaciones la violencia no siempre comienza por quienes están ejerciendo la protesta.