Luchas democráticas de clases

Jorge Guebely

 

Según la agüela (sic) de Sancho Panza, escudero de don Quijote, “Dos linajes solos hay en el mundo…que son el tener y el no tener”. Dos clases sociales en perpetua confrontación por razones económicas. Confrontación que Marx calificó como “luchas de clases” y “motor de la historia”. Enfrentamiento porque la prosperidad del rico no significa el bienestar del pobre. Por el contrario, significa su miseria material y humana, su exclusión social y de la vida.

Basta el ejemplo de los terratenientes colombianos para constatar la inquietante percepción. Su concentración de tierra, por las buenas o malas, para satisfacer el tener, degrada al campesino. Prosperidad que ha empobrecido el campo; ha disminuido la población campesina del 45%, en los años 50, al actual 18%; ha llenado las ciudades con siete millones de desplazados, sumidos en la miseria.

Prosperidad de hacendados, origen del interminable conflicto nacional, de guerrillas campesinas y urbanas, de paramilitares y militares corrompidos, del desempleo y los atracos callejeros, del microtráfico y la extorsión… Especialmente, origen de la creciente crisis alimentaria, degradación para todos los colombianos. Lenta gestación de un estallido social, otra versión de las luchas de clase

Y no existe ningún odio de clase, como lo afirma el señor Álvaro Uribe, cuando los pobres piden justicia social. Simplemente se defienden de los ricos, de su implacable voracidad, de su infinita insensibilidad, de su podredumbre humana.

Se defienden para no caer más abajo de la indigencia, ni ver morir de hambre a un hijo, ni deambular en las calles sin cobijo. Para no perder la dignidad humana que otorga la vida al nacer. Para preservar los derechos naturales del alma: amar, gozar, sentir la vida, vivir en paz y nacer espiritualmente. Para nacer hemos nacido, según Pablo Neruda.

Lucha de clase que identifica la actual contienda electoral, como la de ayer, entre dos extremos que aún no son extremos. Lucha de clase en formato democracia: con votos, argumentos y propuestas.

Por un lado, el equipo elitista, Federico Gutiérrez, voz de terratenientes, de banqueros y grandes empresarios. Con políticos de estirpe conservadora, de pensamiento pre-moderno, tan coloniales como Juan Sámano.

Por el otro lado, el equipo popular, Gustavo Petro, con voz del liberalismo clásico: hacer hoy lo que Francia hizo en la primera mitad del siglo xix: regularizar el campo; desarrollar hoy lo que los Estados Unidos desarrollaron durante el siglo xx: tecnificar el campo. Superar la pre-modernidad, entrar a la modernidad, tarea histórica del liberalismo que, en Colombia, ha sido un sangriento fracaso.

 

 

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