La Nación
COLUMNISTAS

Más infamia

Uribe Uribe, Benjamín Herrera y demás revolucionarios radicales de los inicios del siglo XX, acataron y firmaron en el buque Wisconsin el fin de la cruel guerra. Es extraño que esta historia nada haya enseñado a los modernos voceros de la paz. Eran caudillos que cuando llegó el momento, algo en el fondo de sus conciencias y corazón les exigió aceptar con honestidad la enseñanza de la historia. Hicieron la paz, con plena honradez, poniendo en riesgo incluso su propia seguridad. Como lo expresó el primero, continuar degollando en los campos, no era hacer la guerra sino alistarse en el bandolerismo. Aquí está la diferencia. Cuando se puede derrotar al enemigo. Cuando hay razones objetivas para invocar el derecho a la rebelión. Cuando las armas pueden despejar un camino; así sea hacia una quimera, hay derecho, incluso, a equivocarse. Pero cuando se escoge la guerra no como medio para un objetivo claro; sino como una actividad  por sí misma, sucia, siempre a mansalva, terrorista, perversamente profesional, marca la diferencia entre el idealismo equivocado y la cruda maldad. Apoyados en el narcotráfico y con su diabólico hálito de redentores, las hienas de la oscuridad dieron satisfacción a su compulsión de ver sangre, masacrar y descuartizar. Esta vez, a unos jóvenes en condición de indefensión, engañados por falsas treguas.

Pero la maldad no está solo en quienes practican el genocidio con sus manos. También está en la monstruosa interioridad de sus inspiradores teóricos. Mentores y tutores espirituales y voceros doctrinarios. Hay que decirlo de una vez: Esa casta de políticos que reclaman las bondades del Estado de derecho pero también todas las formas de lucha, incluyendo el secuestro y la extorsión. Intelectuales, prestigiosos escritores, “comprometidos”, que rinden culto a la guerra contra el Estado, y envuelven con sus interminables  alusiones a la paz, sus dogmas anquilosados. Esa anacrónica fraternidad académica que desafortunadamente predomina en los entes públicos, que prefieren masificar y entorpecer con marchas “patrióticas” a la juventud, antes que enseñar la ciencia y contagiar a sus alumnos por el amor a los valores humanistas y la investigación. También esa plutocracia del clientelismo político, que se reparte el poder; que no juega con honradez las cartas de la democracia; entrenada siempre para transigir con los principios, para negociar, para canjear prebendas y la misma justicia. También esa mala prensa, que da protagonismo y valor a quienes carecen de él. Sin ellos, sin la vocería encubierta de estos patrocinadores de la guerra, con seguridad hacía mucho se habría conseguido, con acuerdos o sin ellos, la manoseada paz.