No es propuesta novedosa la de crear el Ministerio de Seguridad, la iniciativa se ha promovido muchas veces y, en su mayoría, ha fracasado gracias a la presión que las Fuerzas Militares han ejercitado para evitar que la Fuerza de Policía se emancipe y corte el cordón umbilical que históricamente la ha mantenido atada a la jerarquía castrense y al Ministerio de Guerra, hoy de Defensa Nacional.
Desvincular a los organismos cívicos encargados de cuidar del orden público y prevenir las infracciones a la ley penal de las disciplinas militares es una necesidad imperiosa. Significa hacer realidad la letra muerta contenida en el artículo 34 del Código Nacional de Policía cuyo texto es claro al respecto: “Los cuerpos de policía son civiles por la naturaleza de sus funciones”. La norma data de 1970 y su práctica ha sido difícil. Tanto como lo ha sido el que los alcaldes y gobernadores sean jefes de policía en sus respectivas jurisdicciones. Muchos han sido los intentos fallidos al respecto.
Integrar un Ministerio de Seguridad, encargado de coordinar las tareas asignadas tanto a la policía de vigilancia como a la policía judicial, no es tarea fácil. Los celos institucionales y la sed de poder enquistados en los diferentes estamentos de la fuerza pública, amén de la prioridad presupuestal que se impone, no con criterios de eficiencia sino por razones menos objetivas y, por el contrario, sí de intereses creados, constituyen obstáculos difíciles de superar si no existe una decisión férrea que se imponga por encima de las artificiales razones manidas a lo largo de la historia del tema.
El Presidente que suele calificar todos los acontecimientos que protagoniza como “históricos”, en esta ocasión sí podría, de verdad, hacer la gran reforma en materia de seguridad ciudadana y acabar con ese perjudicial halago que ha tenido engolosinados a los militares con respecto a la policía y a la policía acomplejada frente a sus pares.
Ahora, ya en cuestiones de fondo, hay que aclarar que la psicología del soldado es diametralmente opuesta a la del agente de policía; aquel está educado para combatir al enemigo y este para proteger al ciudadano. Y esta diferencia de por si es trascendental y se refleja en el concepto de buen gobierno.
Desgraciadamente, el terrorismo mundial, una estrategia política de moda, utilizada tanto por los gobiernos “legítimamente constituidos”, como por las organizaciones subversivas, ha transformado los sistemas y las estrategias, pero este descabellado escenario no debe confundir al colmo de convertir las ciudades en campos de batalla y a los agentes guardianes del orden en centuriones de la muerte. En la medida en que la severidad policial arrecia de la misma manera arrecia la reacción ciudadana. Sin aventurar a sentar tesis, el observatorio de las conductas desplegadas en desarrollo de los paros cívicos del momento permite concluir que hay excesos que corregir.