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Palabra de Vida, “Talitá Kum”…Levántate…manifieste el milagro. Por el Padre Elcías Trujillo Núñez

El camino de Jesús está señalado por acontecimientos prodigiosos: los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan. Especial LA NACION

«Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». (Marcos 5,21-43)

El camino de Jesús está señalado por acontecimientos prodigiosos: los ciegos recobran la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan. Cristo multiplica los signos, pero no se presenta como taumaturgo. Viene a traer la salvación, no a hacer milagros. Evita todo sensacionalismo, se niega decididamente a lo espectacular.  A Jesús hay dos cosas que son capaces de arrancarle milagros: la fe del que pide y la miseria del hombre. La fe del que pide. Un rostro implora con fe es un espectáculo ante el que Cristo no puede resistirse. Es su punto débil. Se deja escapar expresiones maravilladas: ¡Hija, tu fe te ha salvado! Y no puede evitar realizar el milagro: Hágase según tus deseos… La miseria humana. Cuando Jesús se encuentra con la miseria, se siente  obligado a regalar el milagro. En muchos casos, ni siquiera es necesario que formulen una petición explícita. Basta con  tocar su manto. Y Cristo responde inmediatamente. Se conmueve frente al sufrimiento del hombre. Hay cristianos que quieren ver milagros a toda costa. Como si su fe estuviera colgada, más que de la palabra de Dios, de los milagros. Su vida se desarrolla bajo el signo de lo extraordinario, de lo excepcional, a veces incluso de lo extravagante. No han comprendido que la fe es lo que provoca el milagro. Y no al revés. Han trastornado el procedimiento de Jesús. En el evangelio aparece con claridad que el Señor resalta la libertad, deja la puerta abierta, pero sin obligar a entrar a nadie. Él queda vencido sólo por la fe del hombre. Pero existe también una postura contraria, también fuera de tono. Son cristianos que tienen miedo, que casi se avergüenzan del milagro. Pretenden impedirle a Dios que sea Dios. Les gustaría aconsejarle que no resulta oportuno, que es mejor, para evitarse complicaciones, dejar en paz el campo de las leyes físicas. Como si Dios estuviese obligado a pedirles consejo antes de manifestar su propia omnipotencia. Se olvidan que los milagros son la expresión de la libertad de Dios. Por encima de estas actitudes frente a los milagros y signos de Dios, está la obligación precisa para todos nosotros: Cristo nos ha dejado la consigna de hacer milagros. Es el “signo” de nuestra fe. Más aún, hemos de “convertimos” en milagros: Milagros de coherencia, de fidelidad, de misericordia, de generosidad, de comprensión. Una vez más esta generación perversa pide un signo. Y tiene derecho a esperarlo de nosotros, los que nos llamamos cristianos. ¿Qué signo podemos ofrecerles? ¿Qué milagro podemos presentarles? Nuestro camino pasa por un mundo que tiene hambre de pan y  de amor. Un mundo enfermo de desilusiones. Un mundo ciego por la violencia. Un mundo asolado por el egoísmo. No podemos pasar por ese camino limitándonos a contarles los milagros de Jesús. No podemos contar con sus milagros. Hemos de contar con los nuestros. Lo que buscan los demás, son nuestros milagros de cada día: nuestros milagros de fe, de amor, de transformación, de verdadera vida cristiana. Sugerencias al e mail elciast@hotmail.com