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Pérfida pantomima. por Fuad Gonzalo Chacón

La arena de 10 años ha sabido pasar por entre las grietas del tiempo, pero aún conservo recuerdos vívidos y en alta resolución de aquel 21 de febrero. Yo era muy pequeño para entender lo que pasaba La arena de 10 años ha sabido pasar por entre las grietas del tiempo, pero aún conservo recuerdos vívidos y en alta resolución de aquel 21 de febrero. Yo era muy pequeño para entender lo que pasaba, pero el aire estaba enrarecido en mi casa, y posiblemente en el país entero, mientras el ex presidente Pastrana miraba su reloj a través de todos los canales nacionales y daba por terminada la frustrante zona de distensión en San Vicente del Caguán para las 12 de la noche. Mi madre apagó el televisor y dijo: “Tenemos que comprar comida en lata porque puede haber una guerra”. Han sido 10 años impregnados de un frenetismo pocas veces observado en nuestro país, pues nos hemos vistos sumergidos en un vórtice de radicales cambios políticos que nos hace inconscientes de lo mucho que nuestro país ha mutado desde entonces. El discurso del diálogo como solución definitiva al conflicto armado se ha trasnochado y ahora se le ve como la pérfida pantomima que fue durante los años nefastos que  el Estado colombiano hizo su apuesta más fuerte y atrevida, en materia de paz. Un doloroso, pero necesario all in con el que perdimos la confianza en las palabras de los violentos y ganamos el coraje en nuestra propia capacidad que nos hacía falta para plantarles cara. Una década difícil de olvidar, ya que pocas veces habíamos sido testigos de una Colombia tan decidida y convencida de no caer, de nuevo, en las trampas que se tienden con la lengua y se ejecutan con las balas. Pero la tarea aún se encuentra sin terminar, pues si la década que pasó fue vital para llegar al relativo momento de seguridad que atravesamos, la próxima será definitiva para consolidar los sacrificios hechos y reescribir las páginas de la historia, allí donde no haya que ver nunca más una bandera apuñalada como lúgubre trasfondo de un Presidente solitario y desilusionado, quien acalla encarnados temores y apaga fugaces esperanzas de una silla vacía que nunca se llenó. La puesta en escena cayó para siempre ese jueves de 2002, la mofa infernal que por días interminables aguantaron los habitantes de San Vicente del Caguán, Vista Hermosa, La Uribe, Mesetas y La Macarena quedará registrada como un capítulo más en las crónicas de una paz que aún no llega. Adelante país, nuestros hijos merecen esa patria nueva que nosotros no tuvimos, añorado porvenir donde las alocuciones presidenciales no les aterrizan sobre la tosca realidad de un absurdo teatro del que no deberían ser parte del reparto actoral.