“La memoria es una expresión de rebeldía frente a la violencia y la impunidad. Se ha convertido en un instrumento para asumir o confrontar el conflicto, o para ventilarlo en la escena pública”. De esta manera reza uno de los robustos párrafos del documento del grupo “Centro de Memoria Histórica” al referirse cómo la memoria ha pasado de ser una simple facultad humana a una capacidad instrumental para avivar la conciencia de las victimas frente a sus singulares hechos. Sin duda alguna, es un documento que merece todo el estudio y profundización en términos de análisis y referencia aplicados al desarrollo histórico que ha confeccionado Colombia teniendo como lamentable protagonista a la violencia. Es una rigurosa elaboración que en cinco capítulos ha condensado valiosas cifras, circunstancias, hechos y coyunturas que en su momento fueron de gran importancia.
No obstantes, me veo en la necesidad de alejarme con cierta malicia del mencionado texto, pues, muy a pesar de que es el fruto de casi siete años de estudio, no deja de ser un cumplimiento de una iniciativa del Estado, lo cual no significa que este mal, ni más faltaba, pero me reservo mi derecho a la sospecha; una sospecha que pudiera terminar en extrañeza. Si revisamos cuidadosamente el capítulo II del documento en cuestión en el que se trabaja el tema sobre los orígenes y las dinámicas del conflicto armado, se presenta la ubicación cronológica inicial a partir del año 1958 a 1982, periodo según el cual, el conflicto pasó de ser bipartidista a subversivo. Sin embargo, es aquí donde me quiero detener. ¿Qué antecedentes históricos de 1958 existieron como germen del conflicto armado? Quizá se esté obviando que el surgimiento de la insurgencia guerrillera fue una reacción rebelde frente a la ofensiva del Estado que en aquel entonces se encontraba asediando a quienes pensaran o dijeran diferente a él. ¿Por qué el estado está empeñado en mostrar que la violencia en Colombia comenzó en 1958?
Una referencia histórica, humana y fehaciente de ahínco por la paz, es el mismo Jorge Eliecer Gaitán, quien de manera clara y contundente nos da una luz a nuestro cuestionamiento. Basta con leer la inmortal Oración por la Paz, pronunciada en la plaza de Bolívar en el marco de la Manifestación del Silencio, dirigida al mismísimo presidente Mariano Ospina Pérez, a quien le reclama que impida la violencia, que “queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo.” ¿Por qué Gaitán, hombre que sí le cabía el pueblo en cabeza y corazón, hacía este reclamo? ¿No significaría acaso que este hecho dejara entrever el flagelo de la violencia por parte del establecimiento al pueblo liberal-gaitanistas? ¿Por qué a partir del 58 y no del 48 o mucho antes? Porque si se fija el 48 como ubicación cronológica de la violencia, esto implicaría que el Estado aceptaría el surgimiento de la guerrilla como producto de su ofensiva y que la violencia fue originada por él mismo como una respuesta contestataria, rebelde y defensiva a lo que él generó. Obviar el capítulo de Gaitán en la memoria histórica colectiva es un gesto de anacronismo des-memorial.