Marcos Silva Martínez
Lo que hoy conocemos, sobre la dominación que ejercen países de mayor desarrollo, sobre los de menor desarrollo, a través del poder económico, tecnológico, político, académico y cultural es consecuencia de la concentración del poder económico, político, la explotación y la sumisión y ausencia de responsabilidad y sentido de dignidad nacional de los gobernantes y políticos de los de menor desarrollo.
El concepto de imperio no es nuevo. Los registros de la historia los ubican, describe y caracterizan y nos enseña que no son eternos. Cumplen su ciclo y decaen.
Con el paso del tiempo, las estrategias de dominación se profundizan, universalizan, refinan y criminalizan, con el uso de los desarrollos de la ciencia, las tecnologías y la globalización del poder político.
De acuerdo con el nivel de desarrollo se constituyen bloques de poder y dominio, pero estos siempre son liderados por el o los de mayor desarrollo.
La dominación no la hacen con fines filantrópicos y/o de solidaridad humana, aunque en su accionar represivo imperial, la maquillen de defensa de la libertad y de la democracia.
El objetivo singular es saqueo y apropiación de las riquezas y la acumulación de capital equivalente a poder. Estos son los factores determinantes de las tensiones internacionales, las confrontaciones entre regiones o comunidades de naciones, que con el tiempo y el poder destructivo alcanzado, se han convertido en riesgo para la convivencia y presencia de la vida en la tierra.
Asistimos a la confrontación comercial entre E. U y China. Con el ascenso científico y tecnológico y pasmoso crecimiento económico de la China, en los últimos treinta años; el imperio estadounidense siente amenazado su futuro como mayor potencia del planeta.
Y están en lo cierto. La comparación de índices de desarrollo de China, crecimiento (PIB), comercio global, superávit comercial, fortaleza de reservas internacionales y potencial de inversión en casi todas las regiones del planeta, sin condicionamientos políticos, evidencian la potencial capacidad de erigirse en breve tiempo, en la primera potencia económica, científica, tecnológica y militar del planeta.
Todos los logros, científicos, tecnológicos y culturales alcanzados globalmente, impulsaron la producción y crearon la necesidad de dominación de mercados, que se convirtieron en potencial económico y capacidad de dominación de países en desarrollo, bajo el disfraz de políticas de libre mercado, tratado y libertad de comercio, mientras fura el imperio el usufructuario absoluto.
George Soros, en cierto pronunciamiento sobre el libre mercado y la acumulación de capital,
expresó que, en asuntos de negocios, la ética y la moral, no tienen cabida. Es el criterio y la práctica que ha impuesto el capitalismo salvaje, para imponer el consumo compulsivo, el desmoronamiento de los principios en las relaciones sociales, sacrificados en el altar del consumismo, la primacía del capital y el poder económico, por sobre todos los valores sociales, el sometimiento de naciones y miles de millones de humanos.
La dependencia económica, impone la dominación política y condicionamiento del desarrollo. La dominación controla y frustra el desarrollo integral de las naciones. Es la consecuencia que deben entender y evitar los gobernantes y exigir los pueblos y solo se logra con conocimiento científico y aplicación del mismo, en beneficio de la comunidad.
De ahí surge la necesidad disponer de educación de alta calidad, que garantice desarrollo de pensamiento crítico en el estudiante y el ciudadano y con esos soportes, la estructuración, implementación y practica de una conciencia social racional, de solidaridad, respecto de derechos y deberes. Es el desafío de los colombianos ante el impuesto negocio de la educación, reflejado en el precario desarrollo nacional y el colapso de la ética y la moral.