La Nación
COLUMNISTAS

Sale lento el mundo. Por Arturo Guerrero

Ahora que somos sobrevivientes del último fin del mundo, ahora que los amaneceres y el año son nuevos y las mujeres ofrecen paraísos recién plantados. Ahora especialmente, hay que aprender a aguardar. Es que hoy desapareció del lenguaje social el concepto ‘maduración’. La gente pretende volar a la cima sin haber anidado. Los asuntos han de despacharse “p’antier es tarde”, la vida se convirtió en cadena de sucesivas e ininterrumpidas victorias. No hay lugar para la espera. Amado Nervo escribió hace cien años: “la mayor parte de los fracasos nos vienen por querer adelantar la hora de los éxitos”. El poeta mexicano vivió cuando el reloj era todavía respetado. ¿Qué habría filosofado en estos días en que fenece el ademán pausado de los hechos? Hoy está derogado el antiguo dicho “no por mucho madrugar amanece más temprano”. Un látigo fatiga al sol para que acelere al oriente y a la luna para que elimine fases sempiternas. Es anticuado sentarse a contemplar el sueño de la amada, nadie capta el ascenso del azúcar a las naranjas. Niñas de siete años se sienten divas de la música, niños de diez son campeones de automovilismo, bachilleres de quince están próximos a graduarse de físicos e ingenieros mecatrónicos. ¿Quién no es billonario a los treinta y ministro a la misma edad? Un anónimo circuló en facebook no hace mucho. “No sé ni cómo -decía- ni cuándo ni dónde pero, si va a ser, será en su momento… y será hermoso”. Su autor guarda la perspicacia de dar papel a la incertidumbre y confianza a la benevolencia. Incorpora este par de ingredientes despreciados y en apariencia contradictorios, y al hacerlo triunfa. Nadie conoce tanto como para asegurar los factores de su dicha. Nadie recibe tanto como quien no reclama premio ni exige pago escrupuloso. Los elementos favorables se brindan cuando esfuerzo y azar confluyen. Y si no se brindan, es porque ninguna matemática contiene combinaciones infalibles para la rueda de los destinos del hombre. Año niño, promesas frescas, ilusiones instaladas en los ojos, estas solicitudes fructificarán si el hombre otea las conductas del universo. La hora de los éxitos no se mide con cronómetros de lucro sino con compases de flora y fauna, como los que vio Aurelio Arturo en aquellas noches mestizas cuando “entre grandes hojas, salía lento el mundo”.