La Nación
COLUMNISTAS

Silencio de fútbol

Después del revés ante los argentinos quedamos como el soneto sin sus tercetos, como Don Quijote huérfano de Dulcinea. Parecemos acabados de salir de vespertina, despelucados, sin norte, sur, oriente, ni occidente.
“Coronel, salve usted la patria”, le imploró a Bolívar  a Rondón en pleno tierrero contra los chapetones. Edwin Cardona, mi exvecino de Belén-Rincón, convertido en el coronel de la selección, tenía la pólvora mojada. 
Había silencio de fútbol en todos los botines. La selección jugó evangélicamente: la pierna derecha de los jugadores ignoraba lo que hacía la izquierda. Sus extremidades se convirtieron en una babel en la que el cerebro daba una orden, los pies pensaban otra y los guayos hacían lo que les daba la gana.
“Contra el destino nadie la talla”; “un tropezón cualquiera da en  la vida”. Digámoslo en letras de tango para que la paliza no nos dañe el almuerzo de los próximos semestres. Por lo menos hasta marzo cuando volveremos chicuca a Bolivia. Y luego a Ecuador, en Barraquilla. Vamos por su invicto, país. Que se tengan del sur de las vacas cuando van pa’l norte.
Ningún “analista” lo ha dicho. Me tocó decirlo a mí que no soy escaparate de nadie: Ojo que teníamos al papa argentino en contra. Francisco tiene línea directa con Dios, “ergo”  tener a Dios en la oposición es malo si se piensa asombrar en el  mundial.
No siempre el que fabrica estrellas es imparcial. Por eso hay tanto ateo suelto. Para muestra el botón del 1-0, versión gaucha del 5-0 que les afrijolamos en “nefanda noche”… porteña.
Tampoco ayudó que los congresistas hubieran capado sesiones para ver el partido. Eso lo debieron saber los jugadores y en protesta dejaron su fútbol eficiente, poético,  en el vestuario del estadio de Santiago.
“Fue un partido ‘donde’ el rival jugó bien”, trató de explicar Zapata, maltratando los adverbios. Sin buena gramática, o al menos aceptable, no se puede ser campeón. O siquiera empatarle a Argentina que era la ilusión última, el premio seco, cuando entendimos que el triunfo era una quimera.
Con voz de quien reza salmos, Pékerman, convertido en el malo de la película, se derramó en inútil prosa. (Ahora, si hay que hacer vaca para que Pékerman se vaya, no cuenten con mi pensión para esos menesteres. Unas son de cal y otras de arenas, dicen los ”máistros” de obra).
Alguna vez lo explicó Pacho Maturana: Primero lo dijo Confucio: Si sacamos partido de nuestras derrotas… Shakespeare lo reencauchó en uno de sus dramas. Cualquier día el dentista Maturana, apoyado en los autores citados, se copió del dueto Confucio-Shakespeare y la crónica deportiva lo puso a decir: perder es ganar. Y se la montaron.
Nunca lo dijo, pero aceptemos que si esta derrota es la cuota inicial de la clasificación, no hay motivo para empeñar la sonrisa. (www.oscardominguezgiraldo.com