La Nación
EDITORIAL

Trabajo infantil

La erradicación del trabajo infantil como premisa de política pública debe ser una meta. Lo ideal, es que los niños jamás trabajen, que crezcan en un entorno seguro y protector que le asegure su desarrollo cognitivo, físico y emocional. Pero la realidad es otra. Erradicar el trabajo infantil, en una sociedad imperfecta como la nuestra, es imposible.

La incorporación de los niños al mercado laboral no es casual ni aislada. En la mayoría de los casos está asociada con los altos niveles de pobreza, los bajos ingresos familiares y la falta de oportunidades.

El trabajo infantil, remunerado  o no, realizado en forma independiente o al servicio de otra persona natural o jurídica, es una realidad cultural presente en todas las sociedades y en todos los tiempos.  

El trabajo es un valor fundamental de integración social, una virtud que implica esfuerzo que debe enseñarse como una necesidad, no como una carga. El trabajo honrado es una virtud que debe prevalecer en la formación de los menores. El trabajo no es una deshonra. Por el contrario contribuye a la formación y a perfilar su proyecto de vida.  

Otra cosa es la explotación laboral de los menores y las condiciones de alto riesgo en que deben ejecutarse. Esa es otra óptica.

La mitad de los niños trabajadores en Colombia no reciben pago alguno, y  solo uno de cada siete gana más de medio salario mínimo. El 24% gana menos de 150 mil pesos al mes, un 12% alrededor de 250 mil pesos y tan solo el 14% gana más de medio salario mínimo, según Fedesarrollo.

Uno de cada tres trabajadores infantiles es una niña. El trabajo infantil en el campo es una obligación. En las ciudades es menos notorio, pero en muchos casos es más notorio y más dramático.  Niños dedicados al microtráfico de estupefacientes o a la prostitución son comunes en ciudades como Neiva. En estos casos se requiere intervenciones  urgentes.  Son comunes también en estos entornos conflictivos menores dedicados a la mendicidad o a trabajos peligrosos. Esta es otra mirada, dolorosa de una sociedad excluyente.

En muchos casos interfiere con la escolarización en la medida en que impulsa la deserción escolar. Ese es un efecto que debe prevenirse. Cambiar trabajo por educación no es negociable. Primero la educación, claro.

El fenómeno no es exclusivo de Colombia.  El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) estima que alrededor de 215 millones de niños en el mundo trabajan. El fenómeno se registra especialmente en los países en vía de desarrollo, donde cerca de 150 millones de niños laboran, lo que representa una tasa de trabajo infantil del 23%.

En América Latina la tasa se ubica en 10%, por debajo de los niveles en Colombia.  Según el Dane, en el trimestre octubre – diciembre de 2014 la tasa de trabajo infantil ampliada nacional fue 13,9 %.

Regular el trabajo infantil debe ser también otra opción más realista y formadora, que pueda ejecutarse en condiciones de dignidad.
 
“El trabajo honrado es una virtud que debe prevalecer en la formación de los menores”.
 
La caminata folclórica como preámbulo de las fiestas sampedrinas, debe mejorarse. Aunque esta vez no fue una parada como se propuso, primó el desorden y se perdió una gran oportunidad.