Un profundo agujero en los bolsillos

Cuando hacemos las compras en el supermercado o en la tienda de la esquina notamos que los precios están extremadamente altos. Cuatro papas pueden superar el precio de los tres mil pesos; lo mismo sucede con la carne y los productos básicos de la canasta familiar. Esto significa que lo que ganamos por trabajar cada vez alcanza para comprar menos cosas, el mercado se reduce, el cinturón se aprieta, no se llega al fin de mes. El aumento salarial no se corresponde con el alto nivel del precio de los productos para sostener una familia. A esto se le llama inflación.

En países débiles por su poco desarrollo industrial, tecnológico y científico la inflación arremete con más fuerza. Las economías globales están viviendo un momento de crisis debido a que grandes cantidades de personas han sido expulsadas al desempleo debido a los cambios en los modelos económicos. Se ha pasado paulatinamente de mercados sostenidos sobre la productividad industrial a los sistemas financieros manejados por expertos de la era digital. Al mismo tiempo, los capitales se han convertido en números con los que unos pocos especulan y acumulan a ritmos acelerados, mientras aumenta la pobreza y la desigualdad. De acuerdo con Piketty (2021), “se observa que los mayores patrimonios han progresado a un ritmo de alrededor de 6 o 7 por ciento anual desde la década de 1980, en comparación con solo el 2,1 por ciento del patrimonio medio y el 1,4 por ciento en el caso de la renta media” (p. 47). El dato es revelador porque evidencia que el proceso de acumulación efectiva es constante; además, preocupa la irracionalidad no solo en términos de dignidad humana, sino porque el planeta se agota por un saqueo que no tiene en cuenta la finitud de la naturaleza. En la actualidad, la guerra entre Rusia y Ucrania ha profundizado una crisis económica que va en cascada y afecta a las naciones más débiles económicamente como Colombia.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que la inflación para este año será de 5,7 por ciento para los países considerados desarrollados y de 8,7 por ciento para los países emergentes. Al aumentar los precios en el orden internacional, los Estados importadores, como es el caso del nuestro, se verán afectados y los ciudadanos sentirán un agujero aun más profundo en sus bolsillos. Ahí tenemos los resultados de los gobiernos de los últimos treinta años. Han dejado una economía en rines. Veremos en estas elecciones si se decide arriesgar un camino nuevo o si definitivamente nos vamos al abismo.

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