La Nación
Una virgen en el destino 1 26 julio, 2024
INVESTIGACIÓN

Una virgen en el destino

El folklore se interna en la cultura religiosa que, sin importar las fronteras físicas impuestas, integra el sur del Huila con Nariño y Ecuador. ‘Mixtos’ en romería hacia el Santuario de la Virgen de Las Lajas en Ipiales.

Olmedo Polanco

 Era la madrugada, fría y con bruma densa. A través del estribo lateral, las familias accedían al interior del ‘mixto’. “Les llamaban ‘mixtos’, porque transportaban pasajeros y cargas de café, maíz o frijol; lo que hubiera en cosecha”, me ha dicho el mecánico automotriz, Faiber Restrepo Guzmán (San Agustín, 18 de julio de 1972). A propósito, recordamos las variedades de frijol que se producían en el campo: ‘culateño’, ‘sangre-toro’, ‘carga-manto’, ‘matambre’ y ‘plancho’.

Los pasajeros se acomodaban, de a siete u ocho, en las siete bancas de madera, según los acuerdos previamente establecidos. Los hombres se sentaban en el borde, cerca a la salida, para cuidar a la prole. Los niños al lado de las ventanas y mirando al frente ‘para no llamar mareo”.

Matusalén Ruiz (‘Matusa’), un hombre robusto y trigueño conduciría el vehículo en la ruta que iniciaba en San Agustín (Huila), con destino al municipio de Ipiales (Nariño). También conducían ‘mixtos’: Juan Lasso, José Antonio ‘Chepe’ Levaza, Didio Pérez y Severo Antonio ‘Toño’ Papamija (San Agustín, 31 de agosto de 1953). Azael Gómez tenía un ‘mixto’ en Isnos. Iban en romería hacia el Santuario de nuestra señora del Rosario de Las Lajas. Las niñas y los niños harían la primera comunión. A propósito, libres de parásitos. Las abuelas habían aprovechado la ‘luna tierna’ (Nueva) para suministrar el paico en infusión que provocaba la expulsión de las lombrices alborotadas por los efectos de la luna.

La víspera y bajo el frío de la noche tutelada por la luna, los hombres habían apoyado al ayudante del bus escalera en la distribución de los morrales y las maletas que acomodaron sabiamente en la capota del vehículo. Las cargas más pesadas iban adelante, para brindar mayor estabilidad al automotor. Cada quien sabía donde había quedado lo suyo. ¡Cómo no!, si eran expertos en fijar las cargas sobre los lomos las yegüas que aupaban en caminos estrechos y barrialosos. Sobre una guadua instalada a baja altura y que sobresalía encima del techo, a lo largo, tendían la carpa, a manera de toldo, que protegería los equipajes de la lluvia. Hasta la parte más alta del ‘mixto’, cercada por una parrilla, se accedía a través de una tabla instalada en la parte trasera del vehículo. Una escalera metálica facilitaba el ascenso.

La luna estaba acompañada de un halo amarillo subido de tono. Señal de verano en el pronóstico meteorológico del día siguiente. Los campesinos en San Agustín sabían interpretar las cuatro fases lunares: nueva, creciente, llena y cuarto menguante. “Arco en la luna, agua ninguna, y arco en el sol, agua a montón”.

La tarde anterior, las mujeres habían preparado los fiambres. Presas de gallinas criadas en el campo. Papas, yucas, yotas, arracachas y arroz blanco acompañaban la carne. El avío se envolvía con hojas de plátano previamente desvenadas y soasadas. Finalmente, aseguraban el atado con finas cabuyas o con tiras hechas de calcetas extraídas del colino seco del plátano.

Las familias campesinas habían pernoctado en el pueblo la noche anterior, en casas de sus comadres y compadres. Antes de salir en peregrinación desayunaron consomé aromatizado con cilantro y pan de trigo casero. Campesinos “sencillos, laboriosos, honrados y trabajadores” (Biblioteca Nacional de Colombia. Muñoz V., Milina. Creencias populares entre campesinos de San Agustín. Revista Colombiana de Folclor. Vol. 3, No. 8 (1963).

‘Toño’ Papamija me ha narrado que salían de madrugada. “Durante la primera jornada conducíamos hasta Popayán, por la vía de La Plata. Al otro día íbamos hasta Ipiales”. Los peregrinos destinaban un día para ir a la misa de confesión y luego a los oficios de la primera comunión de sus hijos. “Al día siguiente salíamos hacia Tulcán (Ecuador), capital de la provincia de Carchi. Visitaban el cementerio José María Azael Franco y en la tarde hacían las compras”, cuenta Papamija. “El más infeliz se traía una cobija San Pedro y una garrafa de vino”, dice ‘Toño’. La romería duraba una semana.

Una virgen en el destino 7 26 julio, 2024
Según Milina Muñoz, los campesinos de San Agustín eran sencillos, laboriosos, honrados y trabajadores. (Biblioteca Nacional de Colombia. Creencias populares entre campesinos de San Agustín. Revista Colombiana de Folclor. Vol. 3, No. 8 (1963). Fotografía: Olmedo Polanco.

La tradición familiar y los anuncios por los aires

Solange Morcillo España (San Agustín, 20 de octubre de 1974), estuvo en Las Lajas. “Fuímos después del 8 de diciembre”, me ha dicho. Hija de Manasés Morcillo Bolaños y de Tránsito España Ortiz. “Ellos son de Belén (Nariño) y aprendimos de papá y mamá que debemos mantener la fe. Ofrendar nuestros hijos al Señor y encomendarnos a la santísima virgen”. Hace poco fueron en familia para que su hija Paula Tovar Morcillo reafirmara su fe a través del sacramento de la comunión.

Las emisoras Radio Sur y Atalaya Agustiniana habían emitido las cuñas que invitaban a la peregrinación. La programación de la radio reforzaba la fe cristiana. La emisora Atalaya Agustiniana tenía el propósito de la evangelización como misión social. Para cumplir el cometido, “…transmitía todos los días la santa misa, el mensaje cristiano, el Ángelus y el Santo Rosario”, me contó el control de sonido Fernando Palomino Peña. (Archivo personal. Entrevista del autor, en soporte digital. San Agustín, 6 de septiembre de 2005).

El 8 de septiembre de 2004 conversé con monseñor Jorge Eduardo Vargas Mesa. “Es Usted muy sabedor de las cosas de la emisora”, me dijo. A propósito de las ‘apariciones de la virgen’ en la parrilla de programación, recordó: “Nosotros teníamos el cubrimiento de una verdadera pastoral parroquial con distintas horas de servicio…” Mirando hacia el techo, recitó de memoria la parrilla de programación: ‘El mensaje cristiano’, a las seis y treinta de la mañana; ‘Catequesis para niños’, (martes y jueves a las 11:05 de la mañana); ‘Programas juveniles’ (miércoles y viernes a las 11:05 de la mañana); ‘Preparémonos para la vida’ (todos los días de 4:05 a 4:30 de la tarde); ‘Santo Rosario’, a las seis de la tarde; y ‘Santa misa’, los días domingo a las seis de la mañana. La emisora cerraba transmisiones antes de las ocho de la noche con la ‘Oración a la virgen’, posteriormente el padre nuestro, y finalmente, el himno nacional de la República de Colombia. “Una emisora, pues, muy pastoral digamos, ¿no?”, me interpeló el jerarca de la iglesia. Usted lo ha dicho, Monseñor, respondí ante semejante obviedad. (Archivo personal. Entrevista con Monseñor Jorge Eduardo Vargas Meza. Garzón, septiembre 8 de 2004).

En la emisora de la iglesia católica estaba “terminantemente prohibido transmitir propaganda contra los dogmas católicos o la moral cristiana…” (Archivo histórico de la emisora Atalaya Agustiniana. Contrato de arrendamiento AB 04466455. Garzón, 28 de julio de 1979). En la vereda Mesitas, Fernando Palomino Peña apagaba el transmisor apenas sonaba la última nota de la composición musical emblemática.

El 21 de abril de 1966, el padre Otoniel Rojas había terminado un ciclo de conferencias, a través de Radio Sur, sobre el Concilio Vaticano II. El último tema trabajado frente a los micrófonos: ‘La Virgen María en la Iglesia’.

La programación de las conferencias había sido preparada por el Obispo de la Diócesis de Garzón, Monseñor José de Jesús Pimiento. Entretanto, las fiestas religiosas de los prisioneros en las cárceles del Sur, consagradas a la Virgen del Carmen, iniciaban con las confesiones de los fieles y terminaban en santa misa y la Salve Regina. En las calles, las manifestaciones del folklore local se acompañaban en las noches con fuegos pirotécnicos, castillos y vacas locas.

Intercambios culturales sin fronteras físicas

Franco Arturo Ibarra Narváez (San José de Albán -Nariño-), es profesor en la Universidad Surcolombiana. Conversamos ayer, porque cuando tenía nueve años hizo la primera comunión en el Santuario de Las Lajas, construido entre 1916 y 1949. Temía no recordar sus culpas al momento de llegar al confesionario. El papá le aconsejó apuntar los pecados en una hoja suelta.

En San Agustín, ‘Toño’ Papamija rememora los años del poder económico de nuestra moneda frente al sucre ecuatoriano. “En esos tiempos, por 100 mil pesos nos daban 350 mil sucres”, dice.

Ibarra me ha contado que el día antes de celebrar la primera comunión, la familia compartía ‘maicenas’ (maíz pira) y los ‘sungos’, que son las menudencias asadas del cuy. Luego vendría el plato fuerte: cuy asado, acompañado de papas pastusas, ají de maní y gaseosa ‘La Cigarra’.

Franco Arturo Ibarra tiene razones de peso para creer en milagros. Un ventarrón le arrebató el papel donde había escrito de puño y letra las culpas de niño inquieto que podrían acercarle al mismísimo infierno. Las aguas del río Guáitara sabrán si nos ha dicho la verdad.