Mario Andrés Huertas Ramos
Desde que se llega al aeropuerto Jorge Chávez, en Lima, se siente que el ambiente político no es el mejor. Y no es para menos, cinco mandatarios en los últimos seis años y unas elecciones que han dado victorioso a un aprendiz por presidente, tal como el mismo Pedro Castillo lo reconoce.
Ya adentrándose en “La Ciudad de los Reyes”, al otro lado del río Rimac, se aprecia que La Plaza de Armas, donde se asienta la Casa de Pizarro, está totalmente custodiada como en los tiempos de Odría o Velasco y para llegar, por el Jirón de la Unión, a la Plaza San Martín las gentes van de prisa y renegando del inquilino de unos de los palacios presidenciales más hermosos de toda América.
Atrás han quedado los días en los que el dólar reflejaba una situación política más estable, en los que el verano, a son de cumbias norteñas, permitía degustar un exquisito cebiche y acompañarlo con una deliciosa cerveza Cusqueña y, por supuesto, disfrutar de los placeres náuticos sobre las frías aguas del Pacífico gracias a la tragedia ambiental causada recientemente por Repsol.
Lima es un hervidero. Y no lo digo por el verano precisamente sino por la difícil situación política por la que atraviesa y cuyos efectos se sienten en la Sierra, en la Selva y más allá de sus fronteras.
La primera entrevista que ha concedido Castillo a un medio internacional fue a Fernando del Rincón, de CNN (Español), cuyos dos grandes bloques fueron: los problemas internos y su postura en asuntos internacionales.
Del primer bloque, resalta una serie de acusaciones al presidente que, por falta de experiencia, lo involucran en corrupción (léase: despacho clandestino en Breña), terrorismo (véase: nombramiento de personas cercanas a Sendero Luminoso) y vacío de poder.
Sumado a esto, intentó explicar las razones de su constituyente y los motivos que lo ubica en las encuestas a un nivel del 60% de impopularidad a tan solo seis meses de iniciar su mandato. No obstante, más allá del juego de poder que hay detrás de todo esto, lo que se ve es a “un hombre rural”, como el mismo se define y se presenta, preso de unas circunstancias que lo superan y de una total falta de conocimiento y liderazgo políticos.
Pero, por encima de todo, se ve a un electorado inmaduro en asuntos de Estado cuya cultura política agrava aún más la crisis institucional peruana.
El segundo bloque ratifica lo anterior. Por ejemplo, la descabellada idea para darle salida al mar a Bolivia por vía de plebiscito, desconociendo las implicaciones internas y geopolíticas de un tema tan sensible; el no reconocer a Cuba, Venezuela y Nicaragua como dictaduras, así como la injerencia mexicana en el diseño de la política económica, son pruebas irrefutables de la incapacidad de Castillo para liderar los destinos del Perú.
Todo lo anterior nos obliga a subrayar que la culpa de la vergonzosa tragedia peruana no recae exclusivamente sobre los hombros de Pedro Castillo, también recae sobre los millones de peruanos que irresponsable y anónimamente eligieron a un hombre que dice, sin sonrojarse, que no se formó para presidente, que no tiene mayor entrenamiento en estas lides y que el Perú es su escuela.
A Castillo le caben las palabras de don Ricardo Palma “puesto en el burro, aguantar los azotes”; sin embargo, queda la duda: ¿Se caerá el presidente?