Soy de los muchos colombianos que no me arrepiento de haber votado por Gustavo Petro, no soy “petriste” y tampoco un vergonzante de la figura del presidente. Si bien no he militado en la izquierda, siempre he sabido que la izquierda colombiana es una de las peores estrategas para conquistar el poder y mantenerse en un gobierno. Eso sí, soy un ciudadano que disfruta que por lo menos durante cuatro años se le haya quitado el poder de las manos a las mismas élites y mafias egoístas de siempre.
Sabemos que Petro ha conquistado la presidencia, pero no el poder. Ojalá el gobierno de Petro reaccionará de forma definitiva y que el encuentro de Paipa fuera un remezón que les hiciera entender que sólo quedan dos años de gobierno para hacer renacer la esperanza.
Que en verdad se retomarán los retos del programa de gobierno y que se mostrará la coherencia entre las metas y la real inversión social; que se comenzará a notar la productividad y la reactivación económica en los colombianos de base, en las pequeñas y medianas empresas. Que hubiera propuestas reales y resultados de un gobierno que quiere hacer material, el sueño de la promesa de ser una democracia participativa, incluyente y pluralista. Que se asumiera el compromiso de resucitar los compromisos del acuerdo de paz, que hubiese una conexión real con la gente del campo y la ciudad.
Ojalá los sindicatos, los campesinos, los trabajadores, las madres comunitarias, los ciudadanos de a pie, a los que nunca les ha tocado, no claudicaran en sus sueños. Para ello deberían colaborar los mismos nuevos burócratas del gobierno, los que han caído en el riesgo de acomodarse a sus salarios y privilegios en medio de omisiones importa – “culistas”.
Para ello deben reaccionar los destinatarios de la paz total, bufones que ya no son interlocutores de nadie y que pretenden oponerse a la paz en nombre de mantenerse en la delincuencia y el narcotráfico en lugar de acogerse a las propuestas restaurativas y conciliadoras que de buena fe se les ofrecieron. Para ello debe sensibilizarse el discurso de la izquierda que van expresando su consabido e histórico complejo de Orestes: “aun succionando los pechos de la madre – Estado, la quieren seguir matando”.
Para ello deberían las huestes de derecha, entender que no se trataba de darle golpes duros o blandos a Petro, sino contribuir para que les fuera bien a todos los colombianos. La lucha no debería ser partidista y ni siquiera de clases. La lucha para todas las facciones debió seguir siendo encontrar la paz y la equidad, esa siempre debió ser la consigna más importante; en eso siempre debió consistir el acuerdo sobre lo esencial.