Con motivo de la terrible masacre contra los obreros de Chicago en mayo de 1886, quienes realizaban una huelga pidiendo la jornada de 8 horas de trabajo diarias, más el posterior juicio y condena contra los dirigentes del movimiento a quienes se acusó como responsables de los sucesos de esos días, la Segunda Internacional Socialista, en su Congreso de 1889, proclamó el primero de mayo como Día Internacional de los Trabajadores.
Hoy esta es la fiesta internacional de todos los asalariados del planeta quienes, con su esfuerzo físico e intelectual, mueven el engranaje de la producción y el progreso humano. En la actualidad casi todas las naciones han impuesto la jornada de 8 horas laborales diarias, el descanso dominical y los 15 días de vacaciones al año. No es un regalo de los patronos ni del Estado, es una conquista que se alcanzó con sangre, sudor y lágrimas, como tantas otras de las que disfruta el proletariado.
En Colombia existen motivos adicionales para celebrar con regocijo y esperanza, esta fecha histórica del trabajador. Es la primera vez en 214 años de historia republicana, que un presidente de izquierda ha llegado a la dirección de la rama ejecutiva del Estado, buscando la esquiva paz y con un programa de reformas democráticas que permitan hacer realidad el derecho de todos los colombianos a la salud (que el uribismo con su ley 100/93, volvió un negocio de grandes ricos), a la educación (también quieren volverla una mercancía), al trabajo digno para todos, a una pensión que garantice la vida del anciano en sus últimos años, a la vivienda familiar, la recreación y la cultura.
Estos proyectos de cambios presentados al Congreso, intentan ser saboteados y negados por una acción mancomunada de los partidos de la derecha y los gremios del gran capital, a quienes los medios de comunicación de masas hegemónicos, les preparan el terreno con una campaña desinformativa y engañosa, buscando restarle apoyo popular.
Las manifestaciones del pasado domingo 21 de abril, en las que se cargaban ataúdes con el nombre del presidente en una clara incitación al delito y donde la consigna central era “¡FUERA PETRO!”, a quien aún le falta la mitad del periodo de gobierno, gozaron de todas las garantías de promoción y movilización, que contrasta con las de los gobiernos uribistas como el de Duque, donde los muertos y heridos por la represión oficial, se contaban por decenas.
Las movilizaciones del primero de mayo deben distinguirse de aquellas de la derecha, por la alegría, la esperanza en la construcción de una nueva Nación y con la presencia de todos aquellos quienes con su trabajo construyen progreso y libertad: los obreros, los campesinos, los estudiantes, los indígenas, los afrocolombianos y todas las minorías perseguidas y oprimidas. ¡Que se vea la distancia entre el fascismo y la democracia!