Demolición de un aritificio

El comentario de Elías

Luminosa la obra lírica de Hörderlin, revela la demolición del ‘yo hasta fundirse en el origen.
La inicia con permanentes referencias a la cultura griega. En ese fondo cultural del pasado encuentra el material para construir imágenes líricas. ‘Hiperión’, la novela más comentada, la construyó sobre dos personajes griegos. Hiperión, el titán, hijo del cielo y la tierra, simboliza el espíritu que camina las alturas. Diotima, el personaje femenino, lo extrae de los diálogos platónicos. Rescata el amor platónico cargado de belleza terrenal. Concibe la belleza femenina como puente al fondo del mundo sagrado, ‘…crear en la tierra la Teocracia de la belleza’ según Stefan Zweig. Propuesta literaria ya realizada magistralmente por Dante en ‘La Divina Comedia’. Sólo que el paraíso no se halla en el cielo cristiano sino en la Naturaleza misma: ‘¡Permíteme naturaleza esplendorosa volver a contemplar tu calma y adormecer para siempre mis excesos ante tu imagen de paz!’
Su creatividad se depura con los años. Pasa gran parte de su vida en casa de Zimmer, un ebanista admirador de su obra, soportando una esquizofrenia pacífica. Por más de tres décadas convive con una locura de aspiraciones divinas. Tiempo suficiente para prescindir de los referentes griegos e inclinarse por una lírica pura, directa y trascendental.
‘Los poemas de la locura’, revelan el paso definitivo a la disolución del ‘yo’. Muchos de los primeros poemas expresan sus estados de ánimo: amor, amistad, alegría, placer, mansedumbre…: ‘Cuando a la pradera llego, / A través de estos campos, / Bueno y pacífico me siento…’ Poemas escritos en primera persona donde aflora la interioridad. Posteriormente abandona su interior para fijarse en la Naturaleza. Canta sólo lo que ve: verano, otoño, invierno, primavera. Se repiten los títulos, los poemas, pero no la poesía. Vive ya su eterno presente. ‘A nuevas alegrías torna el sol, / Con rayos nace el día, como las flores…’.
El siguiente paso es definitivo y desconcertante: proscribe su identidad y el tiempo. Firma los poemas con nombres inéditos. Igual sucede con la fechas. A veces los marca con años del siglo anterior o con los que aún no habían llegado. Todo había desaparecido en él, menos la música. A solicitud de un admirador, escribe un poema oyendo y contando los pies métricos con los dedos de la mano. Había sentido, antes de morir, el destino ineludible de cada ser humano: diluirse en el vacío sin ‘yo’, sin tiempo y con música. Había nacido a la eternidad cuando, en vida, falleció su amor propio.
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