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El comentario de Elías, Quijote lírico. Por Jorge Guebely

Para disfrutar la lectura de Quijote hay que proveerse de una buena dosis de locura y reírse con las diferentes carcajadas del cuerpo y del alma. Suspender por momentos el imperio invisible de las normas para captar la extensión infinita de la vida. Leer en cada locura una zarza ardiendo y no una vulgar fiebre del espíritu. Para disfrutar la lectura de Quijote hay que proveerse de una buena dosis de locura y reírse con las diferentes carcajadas del cuerpo y del alma. Suspender por momentos el imperio invisible de las normas para captar la extensión infinita de la vida. Leer en cada locura una zarza ardiendo y no una vulgar fiebre del espíritu. Reírse locamente de un loco arrastrado por la urgencia de aventura, por la necesidad de libertad. Comprender que si esa libertad es locura, entonces la razón normada es esclavitud. Mirarse al interior para sopesar el peso de cordura y la ansiedad de locura que transportan a cada lector Carcajearse con los molinos de vientos convertidos en gigantes. Ver con Quijote monstruos donde los otros perciben magnanimidades, utilizar su visión para entender que no hay nada más monstruoso que el exceso de normalidad, que tantas normas empañan el mundo y hieren el corazón. Ni el mismo Cervantes supo lo que Quijote vio en aquellos molinos, por lo menos nunca lo reveló. Tal vez, como lo sugiere un autor, debió percibir cruces en vez de aspas, curas ensotanados en vez de molinos, una iglesia perversa con la inquisición encendida pasando por la hoguera a quienes refutaban sus principios ideológicos, su normalidad, su normatividad. Y sonreírse con las disparatadas y nostálgicas disquisiciones del Hidalgo, su anhelo desmedido de tiempos originales, “Dichosa edad y dichosos siglos aquellos a que los antiguos pusieron nombre de dorados;…porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras tuyomío”. Liberarse de la cordura cultural para captar de la civilización su descenso en la propiedad privada, vergonzosa construcción de pobres y ricos, norma más inhumana que cualquier locura. Burlarse de los Duques que intentaron mofarse de Quijote y Sancho, quienes pasaron de mofadores a mofados por el exceso de estupidez, por alucinados en el engreimiento de los estratos superiores. Disfrutar las locuras de Sancho, el cuerdo convertido en loco por las tantas locuras de su amo, “…yo he visto ir más de dos asnos a los gobiernos, y que llevase yo el mío no sería cosa nueva”. Dislate lúcido, verdad aún viva surgida de la humildad de un campesino enloquecido Desconfigurar la conciencia por un instante para acceder a la suprema belleza de una percepción desnormatizada. Descubrir entonces en la robusta Aldonza Lorenzo la residencia fugaz de la delicada Dulcinea, el eterno femenino del Universo. Estallar por fin en la visión platónica y lírica del mundo donde el amor es, esa bella locura muy sensata. lunpapel@gmail.com