En la política, como en el fútbol, uno se siente cómodo ocupando una posición determinada, en ella se logra un acoplamiento especial y se juega a sus anchas. Es así como con el tiempo rápidamente se va construyendo un estilo al que se apegan tantos los futbolistas como los políticos y tratan siempre de serle fiel a pesar de las condiciones del campo o de las cualidades del rival que tengan en frente. Eso es lo que crea un sello personal y distingue entre los demás, ampliamente aceptado o polémico, no importa, es una impronta personal con la que cada quién mira cómo dribla sus balones y consigue sus votos.
Las evidencias abundan en la fauna que engalana con su diversidad de especies las urnas de nuestro país, y bajo esa lógica, si lo piensan bien, un tarjetón electoral viene siendo lo más parecido a un álbum de Chocolatinas Jet. Los contrastes saltan a la vista cuando comparamos el modus operandi de Roy Barreras con el de, por ejemplo, Antanas Mockus, el primero muy habilidoso para moverse con soltura por los resbaladizos laberintos del Capitolio Nacional con su tufillo de viejo zorro. El segundo, por su parte, es un hombre mucho más inocente que cree en las bondades de la democracia descritas por los antiguos griegos.
Pero más allá que la táctica elegida por un equipo de campaña o un J.J. Rendón en particular hay algo mucho más importante: No traicionar aquella con la que todo el mundo lo reconoce a uno. Así pues, cualquier sabe cuando su equipo de fútbol está haciendo algo diferente a lo que suele plantear en el terreno, huele a improvisación cuando ya los pases no son hacia adelante para atacar, sino defensivos para esconderse, y eso se le olvidó al Presidente esta semana.
Santos cayó redondito en la treta que le tendió Uribe, tratando de entrar a un juego en el cual no conoce las reglas y al que tampoco sabe jugar. Se metió en la contienda verbal, la provocación sarcástica, el pecheo mediático y demás estratagemas que lo alejan mucho de la imagen de ajedrecista que con cabeza fría maquina su próxima jugada sin soltar ni un temblor de ceja.
La tapa fue asegurar ante la prensa nacional que su primo Pacho “tiene Sida en el alma”, una salida en falso que rebajó el debate al nivel de una pelea callejera donde vale hasta tirarse tierra en los ojos con tal de ser el vencedor. Un lamentable fuera de lugar que debe servir para que Santos recuerde que es el Presidente de Colombia y que en todo momento debe seguirse comportando como tal por más tuitazos duros y a la cabeza que Uribe dispare sin piedad.
Obiter dictum: ¿Dónde están las superintendencias cuando se les necesita para hacerle seguimiento e investigación a lo sucedido con el tema de los baldíos de Brigard&Urrutia? ¿Qué medidas se están tomando para evitar que en otras firmas de abogados se “interprete la ley” hasta romperle el cuello para poderla evadir sagazmente?