La Nación
COLUMNISTAS

Gabo en La Mojana

Hablemos hoy, apreciado Lisandro, de La Mojana y la obra de Gabriel García Márquez. Cuando se menciona el tema “los entendidos” aluden a Crónica de una Muerte Anunciada. Lo que allí se narra, ciertamente, es la “historia secreta de un terrible amor” que condujo al asesinato de Cayetano Gentile, amigo de Gabo desde los tiempos juveniles de Sucre. Pero, Crónica…  es, primordialmente, un homenaje a Sófocles, cuyo Edipo Rey, “la novela policíaca perfecta”, le sirve de guía secreto, a decir de Ángel Rama.
Seguramente, un lector alerta como tú, encontrará en La Marquesita de la Sierpe, La Herencia Sobrenatural de la Marquesita, La Extraña Idolatría de la Sierpe, El Muerto Cantado, todos los elementos del realismo mágico: la cotidianidad del mito, la leyenda, el sino, la desmesura, la soledad, lo sobrenatural, el asombro. Es que “el vasto imperio lacustre” caló hondo en el alma de un niño que llegó a Sucre por el “caño idílico de La Mojana”. Mi primera emoción, dice Gabo, fue de una libertad inconcebible. Tanta, que de la mano de Abelardo, supo para siempre de los placeres del sexo. ¡Y eso, no se olvida!
El escritor mojanero, Isidro Álvarez, ha logrado identificar en la realidad a quienes dieron vida a muchos de los personajes claves en la obra de Gabo. Es un trabajo extenso y minucioso, que amerita  divulgación. Entre todos, se destaca  María Amalia Sampayo de Álvarez, La Mamá Grande, quien desde la tumba impuso a su hijo, Manuel Álvarez Sampayo como Gobernador del departamento de Sucre.
Es en La Mojana donde la familia García Márquez pasa los mejores años. Gabriel Eligio gozó allá de gran prestigio como homeópata. Su creciente clientela le permitió construir una casa de dos plantas. Desafortunadamente, con el 9 de Abril/48 llegó la hojarasca de la política y el ambiente se tornó tan áspero y plagado de los pasquines descritos  en La Mala Hora, que les tocó salir de la región. No volverían las alegres vacaciones en las cuales Gabito coronaba reinas y cantaba serenatas. Era una estrella, hasta que sus amanecidas farragosas lo convirtieron en un “caso perdido”. Eso lo oiría más de una vez en sus días de dificultades.
Si los críticos leyeran con cuidado, habrían encontrado en Vivir Para Contarla (pág. 285) una premonición propia del alma guajira de Luisa Márquez: “…mi madre…un día soltó como al azar una propuesta sorprendente: dicen que si te lo propones podrías ser un buen escritor.” ¿No crees, Lisandro, que se derrumba el novelón de la relación contrariada de Gabo con sus padres?
Sin espacio para más, me pregunto: ¿El Reino fabuloso de Macondo, donde imperó por 96 años La Mamá Grande, recrea acaso a la bella y apacible Aracataca o al mundo desmedido, de haciendas infinitas, “caños intrincados” ciénagas sin límites, putas inverosímiles y parrandas eternas de La Mojana?
Como notarás, Lisandro, estos  apuntes desordenados, son una invitación a  conocer el universo mítico de una tierra de sortilegios y “amaneceres prodigiosos”, que no ha podido vencer jamás el olvido.