La Nación
COLUMNISTAS

La Colombianidad

  El asesinado general Uribe Uribe afirmaba que los colombianos parecíamos granos de pólvora. Separados somos inútiles y unidos estallamos. Tras perder plataforma submarina con Nicaragua, quedamos en la ilegalidad internacional al desestimar el fallo de La Haya. Este exabrupto jurídico lo forzó un popular expresidente que a su vez había violado el acuerdo con Ecuador de no fumigar sus fronteras. Después tuvimos que indemnizarlos. Y justo en el año 2003, cuando se cumplía el siglo de la pérdida de Panamá, ese mismo mandatario aceptó en la ONU el bombardeo de Bush contra Irak, socavando toda la tradición internacional colombiana . Y todos tan contentos. Ahora otro acuerdo con la OEA referido a Derechos Humanos fue ignorado con otro tipo de alegato, pero lo obvio es que ante el mundo estamos apartándonos de la legalidad internacional. Que los acuerdos bilaterales y multilaterales los enredamos. Que no los cumplimos, eso sí con magnificas disculpas, razones y argucias. Pero la confianza lastimada tiene un precio que en diplomacia se paga tarde o temprano.

Un matemático japonés visitante decía que un colombiano es bastante más inteligente que un japonés, pero dos japoneses son mucho más inteligentes que dos colombianos. Que nos falta inteligencia colectiva. El profesor Rozé, canadiense, decía hace algún tiempo en sus conferencias que la inteligencia colectiva colombiana era pasmosamente deficiente dada la inteligencia individual. Esta característica se nota tanto en el tránsito vehicular en el caso Bogotá, como en los acuerdos internacionales. Es algo que se viene diagnosticando desde principios de siglo. Hay buenos profesionales y técnicos pero ¿cuántos son capaces de elevarse más allá de su especialidad? Colombia desde hace años no tiene guías conceptivos. Rusia tiene a Solzhenitzin que señala los males occidentales. Raymon Aron hizo lo propio para Francia. Octavio Paz lo hizo en México. Sábato y Borges con visiones encontradas lo han hecho en Argentina. No son sólo literatos para distraerse, ni economistas a sueldo del sector financiero. Procuran pensar, lo que es un verbo ambicioso.

En Colombia la modernidad es atípica. Ninguna clase social ha logrado tampoco imponer su hegemonía para asegurar un orden, sea este bueno, regular o malo. El café como espina dorsal de la economía sólo se implementó a final del siglo XIX cuando México, Argentina, Chile habían ya encontrado su principal producto de exportación desde hacía décadas. Pero además de ese rezago, la falta de filosofía y de pensadores conceptivos es quizás nuestra más grande falencia.