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La marcha de la muerte

Cuando nació la Unión Patriótica en 1984, en el gobierno de Belisario Betancourt, apareció como un modelo para cerrar un proceso de paz con las Farc que fue fallido. Porque ya todos conocemos el genocidio que se cometió contra este partido político que en su momento más importante obtuvo 16 alcaldías, 256 representaciones en concejos y 16 congresistas. Por “sustracción de materia”, el asesinato de más de tres mil de sus miembros entre cuales se encontraban Pardo Leal, Bernardo Jaramillo y Manuel José Cepeda, este partido político desapareció. El exterminio de la Unión Patriótica es la joya de la corona que Colombia tiene en cuanto a genocidios se refiere.

El año pasado el Consejo de Estado le devolvió la personería jurídica a la UP, como premio de consolación ante el extermino político que le decretó el establecimiento.

Actualmente existe el movimiento político Marcha Patriótica y, ¡qué macabra coincidencia!, está recorriendo el mismo calvario que la Unión Patriótica: 29 líderes de la Marcha Patriótica han sido asesinados.

Ante esta masacre a que están siendo sometidos, los voceros de este movimiento político han planteado su disolución para proteger la vida de sus integrantes. Esta delicada situación por la que está pasando este movimiento político debe obligar a la sociedad a exigir que no se menoscabe la democracia política asesinando al opositor del establecimiento. Porque realmente la democracia política reside en la oposición y no en quien detenta el poder del establecimiento.

Por eso el establecimiento debe garantizar el espacio para la oposición, está obligado a respetar la vida de sus integrantes y, por tanto, sus ideas y sus propuestas para transformar el statu quo. El verdadero opositor político es quien le da vida a la democracia en el sentido de que su discurso, su libre pensamiento está dirigido para ganar legitimidad, tomarse el poder y cambiar un estado de cosas que él considera contrario al bien común, al bienestar del pueblo.

El verdadero contrapeso de la democracia política no está en el establecimiento, está en quien con sólidos argumentos critica las políticas que no garantizan una real justicia social. Si la sociedad sigue permitiendo que se asesine a la verdadera oposición no es digna de llamarse una sociedad civil, pues la sociedad civil debe ser el intermediario entre el opositor político y el establecimiento para que el segundo no asesine al primero. ¿Ustedes se pueden imaginar una democracia sin verdaderos opositores? ¡Pues no existiría la democracia! La verdadera oposición marcha para vivir, no para que la asesinen.

Nota: Ofrezco disculpas porque en el artículo anterior identifiqué a María Luisa Piraquive como senadora. La senadora es su hija, Alexandra Moreno Piraquive.