La Nación
La política: ¿bullicio o palabra? 1 27 abril, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

La política: ¿bullicio o palabra?

Piero Emmanuel Silva Arce

Comienza a sentirse por todo el país el bullicio de las campañas políticas. Las pasiones se ponen a flor de piel, la rabia contenida sale con fuerza para defender a ultranza un candidato o un partido político. Por otro lado, los reyes del marketing comienzan a construir los relatos más llamativos, se acomoda la realidad para favorecer a uno u otro candidato con tal de atraer la mayor cantidad de votos. Gran parte de la contienda política se reduce a la captación de sufragios y no a la construcción de ideas y de un programa de gobierno sólido para un país arruinado.

La competencia electoral ha generado que se creen muchas propagandas alrededor de una propuesta política. En una lógica que va desde lo global hasta lo local, las candidaturas intentan ser las más llamativas, las de la mejor imagen, las de más carisma. La idea en el fondo es vender una alternativa a lo establecido, algo nuevo que sí promete avanzar en los cambios aplazados. El problema de esto es que pocas veces se logra conectar con los procesos locales de los territorios. Los movimientos sociales pierden la posibilidad de poner en la escena pública sus voces y de hablar sobre sus reivindicaciones y apuestas en torno a los problemas centrales de un determinado lugar. El poder del centro administrativo domina mientras en las regiones se van acomodando aquellos sectores que cuentan con los canales directos; esperan la bendición y de nuevo vuelven a quedar los mismos con las mismas. En el Huila, por ejemplo, llevan décadas en el Congreso aquellas castas votando todas las reformas que van en contra de los intereses del pueblo, casi siempre van en bloque a donde les ordene el gobierno de turno; serviles avanzan sin mostrar un atisbo de independencia o análisis profundo de las realidades, desconectados de las ciudadanías y trabajando para sus intereses privados.

Es necesario volver a hacer de la política una actividad sostenida en la palabra, en la que se razone más y se odie menos. En sociedades donde el espíritu monárquico sigue vivo en las lógicas de dominación de castas políticas sobre la ciudadanía, es necesario seguir insistiendo sobre la consolidación de democracias reales, participativas e incluyentes. Pero eso pasa no solo por una serie de conquistas sociales, aplazadas por décadas, sino por la comprensión profunda de la historia y de la memoria. Cambiar la lectura del pasado, reinterpretar y entender que las realidades que vivimos pueden cambiar, pueden ser mejores o, incluso, más apocalípticas de lo que imaginamos. La crisis climática, la pobreza, la desigualdad, la violencia son campanazos de alerta que vienen sonando desde hace tiempo y no se han tomado enserio.