Nuestra Constitución Política en su artículo 103 al hablar de las formas de participación democrática y en ejercicio de la soberanía del pueblo, tiene entre sus mecanismos el del voto, el plebiscito, el referendo, la consulta popular, el cabildo abierto, la iniciativa legislativa y la revocatoria del mandato. Lástima que estas teorías no se puedan aplicar a la realidad que padece Colombia, porque desde hace muchos años, se viene torciendo esa voluntad mediante diferentes mecanismos que tienden a falsear la realidad del sufragio.
Basta con observar en esta temporada las campañas de algunos aspirantes a cargos de elección popular y la organización de compraventa de conciencias a través de las empresas montadas por los supuestos jefes o caudillos, cuando tienen en su organigrama un sinnúmero de capitanes, tenientes, choferes, motociclistas, propagandistas, colocadores de vallas y carteles, mandaderos, payasos, líderes de barrio y pequeños gamonales de vereda que se encargan de engañar al pueblo con promesas de becas, contratos, auxilios, empleos, carreteras, acueductos, alcantarillados y otros servicios públicos, en el caso de salir elegidos.
La decadencia ideológica de los partidos en Colombia los ha sometido a un estado de coma, del cual va a ser muy difícil reponerlos, por cuanto no existen los medios ni los remedios y, mucho menos, los especialistas con la suficiente solvencia intelectual, moral y altruista, que permita reemplazar a dirigentes de alcurnia, como los que tuvimos en la mayor parte del siglo pasado.
Está comprobado. Los nuevos y viejos partidos han extraviado su rumbo, por falta de verdaderas cartas de navegación y por ausencia de auténticos líderes. Por eso vemos que los distintos aspirantes reniegan de las agrupaciones que anteriormente los elevaron a las más altas posiciones, para presentarse como renovadores de la política y como poseedores de mágicas fórmulas para solucionar los grandes y graves problemas que padece el pueblo colombiano.
Estos farsantes utilizan toda suerte de recursos para lograr engañar a los electores. El politiquero procura ganancia o provecho por cualquier medio y siempre está jugando con la intriga, la farsa, el embuste y la insidia. Para el politiquero, la política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que les sirve a ellos. Mientras entre caballeros las promesas son deudas, entre ellos son carnadas.
Desde ahora, estimamos que volverá a ganar la abstención como en los tiempos pretéritos, pues definitivamente, no hay con quién.