La Nación
COLUMNISTAS

Somos responsables, no culpables

Quiero dedicar la presente reflexión a modo contestatario, a una columna publicada por LA NACIÓN el día 14 del presente mes, cuyo autor titula su elaboración “madres alcahuetas, hijos perdedores”, queriendo recoger quizá la sensación de un cúmulo de mujeres que se sintieron interpeladas por el mencionado escrito.

Sin el ánimo de polemizar la cuestión abarcada, considero que gran parte de las apreciaciones las hace merecedoras de reservarnos el derecho a la duda en cuanto a su objetividad –aun cuando sea una columna de opinión.

Si bien es cierto que las mujeres ejercen un papel esencial en la formación de los hijos, no hay que obviar ni mucho menos olvidar que la madre, al igual que el hijo, son víctimas de un sistema social que cada vez los estigmatiza más. Ahora bien, si es la responsabilidad en dicha formación depende sólo de la madre, ¿por qué está sola? ¿No hay un problema social de fondo? ¿No será que el divorcio entre la costumbre y la ley generan estas y muchas más condiciones? La dilatación del padre en esta tarea es también un grave resbalón. Una madre sola puede que sea ejemplo para su hija en cuanto al ahínco para sobresalir a las circunstancias, pero su soledad no podría ser referencia de vida si se pretende que la idea de “familia” deje de agonizar.

Por otro lado, el vínculo de escuela-familia es otro factor bien delicado que abordar.

La imagen de que la escuela es “el segundo hogar” debería re-significarse, pues la referencia de hogar puede resultar bastante peculiar. Es lamentable saber que para algunos padres la educación de sus hijos se torne cada vez más inestable. Así, los profesores como los padres, cometemos constantes errores al creer que nuestro interés es el mismo que el del estudiante-hijo. La formación tanto académica como humana debería ser un punto convergente tanto del uno como del otro lado. Esto exigirá que el padre deje de ver al colegio en perspectiva empresarial de servicio y el colegio deje de ver al padre en perspectiva clientelista, olvidando, quizá sin voluntad, que es una persona de la que se trata. El ser madre, el ser padre, como el ser maestro, no viene con manual de manejo. Ni siquiera son oficios; son dignidades humanas que se logran por la libertad, la cual no se enseña, sino que se educa en ella.

En este orden de ideas, las madres y los padres deben sentar dicha dignidad con marcada decisión. De ahí que los padres no deben ser amigos de los hijos, a sabiendas de que “amistad” es uno de los conceptos más variables en la niñez y adolescencia. No pretendo mostrarme como padre ejemplar, simplemente que del trabajo diario lo he intuido, más no deducido. ¿De quién es la culpa? No de ninguna vaca, con el perdón de las vacas, sino de nosotros mismos. Pero más que culpables, somos más bien responsables. La culpa sentencia, la responsabilidad corrige.