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A Diego León Motta Enciso: In memoriam – Ramiro Aponte Pino

Conozco a Diego desde siempre; por ese motivo, escribir estas breves líneas, es similar a escribirme a mi mismo, o a escribirle a una serie de amigos que amanecimos a la vida a comienzos de los años 60, y que desde siempre hemos compartido una historia común. Conozco a Diego desde siempre; por ese motivo, escribir estas breves líneas, es similar  a escribirme  a mi mismo, o a escribirle a una serie de amigos que amanecimos a la vida a comienzos de los años 60, y que desde siempre  hemos compartido una historia común. Legiones de remembranzas asaltan mi memoria, y de manera automática me trasladan a San Agustín, a su magia a su encanto, a su misterio. Allí crecimos con Diego. Allí pudimos contemplar la vida en un sitial privilegiado. El pueblo entero fue el hogar de todos, ya que las puertas de las casas siempre permanecían abiertas y, sin golpear, entrabamos con libertad en cada una de ellas. Para conocer el mundo,  no fue necesario partir a otro lugar. Allí  tuvimos todo lo que necesitábamos: el cielo más azul que se pueda imaginar, el brillo intenso de las estrellas, la brisa,  los aromas y la majestuosidad del macizo y los mejores paisajes del universo. A finales de los 70 y comienzos de los 80, ese grupo de inquietos adolecentes contagió  de una sana y fresca alegría esta comarca. Organizamos muchas fiestas, paseos, y en las noches, los balcones coloniales se vieron sorprendidos con el rumor de serenatas. Algunas de las niñas destinatarias, eran pretendidas simultáneamente por los imberbes  galanes, transándose curiosas rivalidades, que felizmente finalizaron con un brindis y con un cálido abrazo. Desde muy pequeño, Diego fue un lector voraz, lo cual, lo convirtió en un inquieto intelectual. Vivía muy bien informado. Recuerdo, que siendo niños, mientras la mayoría nos deleitábamos con los comics de moda,  él se dedicaba a leer  El Espectador  y El Tiempo, amén de que ya había saboreado  los clásicos de la literatura. Inicialmente se interesó en la política, destacándose como un excelente orador (sin lugar a dudas, el mejor que ha nacido en nuestro medio). Localmente, apoyó a la denominada Dignidad Liberal y al Nuevo Liberalismo. Merced a sus méritos, se ganó el reconocimiento de los lideres regionales de la época, ente ellos Rodrigo Lara y también tuvo fluida correspondencia con Luis Carlos Galán y Carlos Holmes Trujillo. Al terminar meritoriamente sus estudios secundarios, se dejó seducir por el derecho. Después de que egresó de la Universidad Nacional se vinculó a la judicatura, a la cual legó su vida. Diego fue un Juez prudente, talentoso, ponderado, honesto, dedicado, responsable. Hasta el último instante estuvo presto a cumplir con sus obligaciones. Y a pesar de su delicado estado de salud, acudió a su lugar de trabajo hasta que las fuerzas se lo permitieron. Este gesto de entrega y sacrificio, debe servir de ejemplo y de guía para  lograr el anhelo de que en Colombia se  dispense una pronta y cumplida justicia. Apreciado Diego: has llegado al final del camino terrenal, emprende tu vuelo hacia el encuentro con el Señor, fúndete en su esencia, y que brille para ti la luz perpetua.