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¿A tiempo de rectificar el rumbo?

En varios medios de comunicación nacional se ha destacado el lanzamiento del libro titulado en español “Por qué fracasan las naciones”, de los economistas Daron Asemoglu, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y James Robinson, de la Universidad de Harvard, éste último también profesor de verano en la Universidad de los Andes. La obra ha causado gran revuelo en los medios académicos del mundo, al considerar que, en últimas, es la política y no la economía la que determina el éxito o el fracaso de una nación; esto debido a que las instituciones y las reglas del juego aplicadas a lo largo de los años, inciden en su desarrollo determinándolo y no, como se había creído hasta entonces, factores culturales, la geografía, la infraestructura o el conocimiento. El futuro de las naciones depende de la forma como los pueblos organizan sus sociedades. Aunque las instituciones económicas son esenciales, las políticas resultan ser determinantes.

Naciones con instituciones débiles y “extractivas”, es decir excluyentes, en las que predominan los intereses de un determinado grupo de élite que concentra el poder para su propio beneficio, están llamadas al fracaso. Estructuras de esta naturaleza mal pueden crear los necesarios incentivos para que la gente ahorre, invierta, se eduque, acceda a nuevas tecnologías e innove. La forma como se organiza el poder estaría presente en la raíz misma del éxito o del fracaso.

En Colombia, señala el profesor Robinson, persisten aún instituciones “extractivas”. El Estado central es débil, no controla la totalidad del territorio, consecuentemente, en buena parte del país hay ausencia de la ley. La situación descrita explica la pervivencia de toda suerte de grupos irregulares con control territorial: guerrillas, paramilitares, narcotraficantes o bandas criminales. No obstante ostentar Colombia el rótulo de ser una de las democracias más viejas del continente, en realidad es una de los países con mayor desigualdad social. Si bien en algunas partes del país funcionan bien las instituciones económicas y se cuenta con altos niveles de capital humano y habilidad empresarial, en otras, las instituciones muestran un grado mínimo de autoridad estatal. Al respecto, cabe mencionar el desequilibrio regional que se advierte, mientras que en las zonas urbanas existe una profunda estratificación de la población. Recientemente el connotado académico no ha dudado en expresar su preocupación por el hecho de que, según varios expertos, Colombia pareciera estar más interesada en estimular la explotación minero-energética que en invertir en educación, tecnología e innovación. Si bien Colombia no es un estado fracasado o a punto de colapsar, será poco probable que obtenga un crecimiento sostenido. ¿No será acaso tiempo de rectificar el rumbo?