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Crisis de la masculinidad – Carlos Bolívar Bonilla

El modelo tradicional de masculinidad entró en crisis por la transformación histórica, económica y cultural de la sociedad, en especial de la feminidad El modelo tradicional de masculinidad entró en crisis por la transformación histórica, económica y cultural de la sociedad, en especial de la feminidad. Porque lo masculino y lo femenino son conceptos interdependientes y contextuales. El viejo modelo de hombría nace en condiciones y tiempos milenarios que exigían al varón, de manos libres y mayor masa muscular, proveer y proteger a las hembras ocupadas con los lactantes, mediante la lucha feroz contra los depredadores o rivales. De allí una mujer dependiente del hombre. Y nos mal acostumbramos con el paso de los siglos a  este esquema que expertos como María del Carmen Marini y Arnaldo Santos, respectivamente, sintetizan en tres palabras para cada género, que empiezan por la misma letra. Ser mujer supone: sumisión, silencio y servicio (doméstico). Ser hombre implica: pelear, putear, preñar. Pero los tiempos cambian y el modelo empieza su crisis. Las mujeres ya no se conciben únicamente como madres reproductoras, pueden planificar sus embarazos y algunas renuncian a esta opción. Se capacitan como los hombres y ganan su propio sustento, no esperan en casa al guerrero proveedor protector. Para ganarnos la vida la tecnología demanda cada día menos fuerza física y más conocimientos y habilidades finas, lo que unido a las luchas de los movimientos feministas obliga a mayores niveles de igualdad en el trabajo y en todo tipo de derechos. Las mujeres no quieren ser más simples objetos del antojo masculino, reclaman ser sujetos de sus propios deseos y proyectos. En consecuencia no admiten la violencia de los hombres como necesaria ni como sinónimo de virilidad. Esto desestabiliza a aquellos caballeros que desean seguir disfrutando del viejo modelo de relaciones de género quienes, muchas veces, reaccionan con agresividad sobre las sublevadas contra el antiguo régimen. Una educación crítica, con perspectiva de derechos e igualdad de género, es siempre condición fundamental para favorecer estas revoluciones sociales democráticas. Para que las tres caducas palabras de lo femenino cambien y modifiquen las que representan lo masculino. Una nueva educación para que en las mujeres la sumisión se convierta en subversión hacia la igualdad y la autonomía, el servicio doméstico en solidaridad entre la pareja y, el silencio, en solvencia con la palabra propia. Así que todos y todas tenemos que reflexionar sobre las concepciones que poseemos sobre lo femenino y lo masculino, pues ellas rigen las relaciones de género y, en especial, la educación de niñas, niños y jóvenes. Podemos perseverar en el error de mantener la discriminación de antaño o en buscar formas de entendimiento justo e igualitario. La elección contra el peso de las tradiciones no es fácil pero sí posible y, sobre todo, nuestra.