La Nación
COLUMNISTAS

“¿Dios en el cielo y plata en la tierra?”

El tema de la columna lo titulo en forma interrogativa, pues la afirmación como tal la calificaría de blasfema. Justamente la idolatría del dinero es una de las raíces de innumerables conflictos bélicos, familiares, culturales y sociales. El dinero como tal no tiene calificativo ético, la actitud frente al mismo es objeto de calificación moral. Por la voracidad del hombre en la búsqueda del dinero ha cometido los más crueles crímenes. La avaricia lleva al ser humano a quebrantar los más  elementales principios. Una persona obsesionada por el dinero es capaz de todo: engaña hasta a la mamá, pisotea la amistad y rompe las más elementales normas de convivencia. El hombre por la codicia, llega hasta enloquecerse. Una persona marcada por el signo pesos no es de confiar: lo que afirma hoy aquí, mañana lo quebranta de la manera más olímpica y descarada.

El sujeto humano avaro es capaz de los más atroces crímenes. En síntesis el dinero se vuelve un ídolo: todo lo mide por el signo pesos. No da un paso si éste no lo lleva a adquirir más y más poder económico. Resulta un ser insaciable. Si gana cien quiere doscientos; si gana doscientos, quiere cuatrocientos. Su espiral no gira en proporción aritmética sino geométrica. Desconfíe de este tipo de personas. Hoy engaña a los otros, mañana lo engañará a usted. Ese tipo de especímenes todo lo tasan, todo lo miden. Cambian de estado de ánimo como los camaleones, que se mimetizan volviéndose imperceptibles en el medio ambiente. Todas sus relaciones están marcadas por la búsqueda del dinero. Son personas hurañas y calculadoras. Es decir, su dios es el dinero. Pobres sujetos, viven esclavos de algo tan pasajero y efímero como es el dinero. En todo quieren ganar. No son proporcionales en la obtención de sus utilidades. En las sociedades son ventajosos jugando  con la ley del embudo: lo angosto para usted y lo ancho para mí. Con ellos no se puede hacer empresa asociativa, terminan por quedarse con todo el capital y aún se les queda debiendo. Aquí aparece el voraz capitalismo: el pez grande se come al chico. Además, esto se celebra como una hazaña en esta sociedad de consumo. Los monopolios son nefastos, se tragan al consumidor como la sanguijuela cuando consume a sus víctimas. Son personas sin conciencia moral. Su conciencia nada les reprocha y tienen el cinismo de invocar el nombre Santo de Dios para que les bendiga sus proyectos y todos sus negocios. A Dios lo ven como un artículo comercial, fácil de comprar y siempre su aliado a toda su imaginación creativa, para saciar su hambre siempre insatisfecha. Da mucha tristeza constatar que la Santidad de Jesús la han comercializado y hacen de Él un excelente “artículo” de consumo. El ansia de dinero no tiene límites. Han aparecido asociaciones religiosas que etiquetadas con sendos nombres “espirituales”, explotan el sentimiento del hombre en su indefensión física o síquica, envolviéndole el “artículo” religioso en atractivo papel de regalo. El hombre llega así a su más profundo cinismo. ¡Maldito dinero cuando matas al hombre y le impides su crecimiento personal y por ende social! ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma? En la tumba, todos somos iguales.
+Froilán, obispo de Neiva.