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No va a quedar quién, a este paso

Terminé de leer “Leopardo al sol”, novela de la escritora Laura Restrepo. Un claro ejemplo de la noche que aún vive Colombia. Relata, con una mezcla de fascinación y horror, la inacabable saga de venganzas entre dos familias guajiras, la de los Cárdenas y la de los Valdeblánquez, que en el fondo eran la misma familia y por eso se mataban. Y que sólo terminó cuando todos los Cárdenas fueron exterminados por los Valdeblánquez y los Valdeblánquez por los Cárdenas, y no quedó ninguno vivo para contar el cuento.

Hoy toda Colombia está así, chupada por un prudente, implacable y silencioso remolino de matanzas y de represalias: de violencia, de miedo y de odio. Las cifras de desplazados, de todas las edades, de todas las clases sociales, resultan preocupantes. Y en realidad lo que los desplaza no es la violencia, puesto que las víctimas de ella están muertas. Los desplazados son los otros, los supervivientes de la violencia. Y lo que los desplaza es el miedo a que recomience ella.

Y por casi todos los motivos o pretextos imaginables nos hemos matado unos a otros. Nos hemos matado por la tierra, por el agua, por la sal, por la droga, por los vapores del trago. Por la justicia o por el orden, por la riqueza o por la miseria, por la libertad o por la propiedad. Por los odios y las venganzas provocados por todos los motivos anteriores. Por el color azul, o por el rojo. Por la raza. ¿Por Panamá? Sí: hasta por Panamá. ¿Por Colombia? No lo creo, aunque estoy dispuesto a aceptarlo en gracia de discusión: inclusive por Colombia nos hemos matado los colombianos, disfrazando bajo su nombre la riqueza o la droga, el rojo o el azul, los intereses foráneos o los propios.

Y por esa razón, en la Colombia de hoy todos nos tenemos miedo. Y odio. El miedo genera odio hacia quien nos inspira miedo, y el odio, miedo a quien nos odia y por odio puede matarnos. Y ese círculo vicioso de la violencia, el miedo y el odio no es una novela: es nuestra historia contemporánea.

Lo peor es que muchos quieren que las cosas sigan así. No sólo entre aquellos dueños de poderosos intereses que se benefician directamente con este caos de sangre, sino entre los colombianos comunes y corrientes, víctimas y no beneficiarios del horror generalizado. Y este paso no va a quedar, como no quedó con los Cárdenas y los Valdeblánquez, quién pueda contar el cuento.

Twitter: @sergioyounes