La Nación
Señor tengo sed de ti 1 7 mayo, 2024
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Señor tengo sed de ti

 Este tercer domingo de Cuaresma, el evangelio nos presenta el encuentro de Jesús con la Samaritana, junto al pozo de Jacob.

 

Padre Elcías Trujillo Núñez

 «En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: – «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: – «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?»  Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: – «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»  La mujer le dice: – «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»  Jesús le contestó: – «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.» La mujer le dice: – «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.»  Él le dice: – «Anda, llama a tu marido y vuelve.» La mujer le contesta: – «No tengo marido.» Jesús le dice: – «Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»  La mujer le dice: – «Señor, veo que tú eres un profeta…»   (Juan 4, 5-42) 

Cristo se hace el sediento para suscitar un diálogo con Ella, y de paso nos ofrece una catequesis en el proceso de fe, llegando desde lo humano a lo divino. Desde el agua del poco de Jacob al manantial de agua viva que brota de Cristo hasta la vida eterna. En nuestro caminar de Cuaresma hemos pasado ya el desierto de las tentaciones y las dificultades de la fe, hemos subido a la montaña de la Transfiguración para superar esas dificultades con la ayuda de Dios que nos ilumina y nos guía con su resplandor. Hoy nos invita a dar un paso más en nuestra conversión: descubrir cuál es la sed radical de nuestra vida y las aguas con que saciamos esa sed. Vivimos un tiempo de sed espiritual profunda, aunque apenas eso se manifieste en el exterior. Aparentemente todo está cubierto, especialmente las necesidades materiales. Pareciera que el ser humano hubiera ya llenado así su sed radical de felicidad. Los cristianos a veces también entramos en esta carrera de búsqueda superficial de agua para calmar la sed. Y también nos llenamos de consumo, materialismo, apariencia, fama, poder, lujo… Cristo nos recuerda que no es fuera donde encontraremos esa felicidad que anhelamos, el agua viva no se encuentra en las cosas exteriores, sino que hay buscarla dentro. Y es una búsqueda no sólo personal sino comunitaria, porque no es un agua para beberla a solas y para guardarla ni estancarla, sino para compartirla, para darla, para ofrecerla a otros y con otros. Porque el Agua Viva que es Cristo, el Amor de Dios es Manantial y Fuente que brota para la vida eterna, que no se agota en nosotros, que se hace solidaridad y encuentro con los otros, como hizo la samaritana al ir a comunicárselo a sus paisanos. Para los cristianos sabemos que es Cristo esa fuente viva que colma nuestra ansia de felicidad definitivamente y sabemos que sólo el amor, la paz, la familia, los amigos, la generosidad, la bondad, la alegría, la amabilidad nos dejan un pozo de satisfacción duradera en nuestro espíritu. Ni el egoísmo ni las cosas materiales llenarán nunca el vacío que se siente cuando no somos amados o cuando somos heridos.  Sólo la certeza de ser amados en lo profundo de nuestro ser nos hace resurgir renovados. Dejemos, pues, en esta Cuaresma que Cristo se acerque a nosotros, dejemos que Él nos hable al corazón, que Él descubra la sed profunda de nuestra alma; que Él abra nuestros corazones a los demás, para poderlos amar; que plante en lo más profundo de nosotros mismos ese surtidor de fe y de paz que no se agota, sino que se prolonga hasta la vida eterna.