Lucero Ramírez, la mejor amiga de Omaira, la niña que inmortalizó a Armero, narró para LA NACIÓN.com.co cómo logró sobrevivir a la avalancha. El lodo la alcanzó, la desprendió de su madre y la consumió en la profundidad. Gritaba, pero no podía hacer nada. Recorrió varios barrios y terminó inconsciente al lado de un tronco. A parte de su familia se la tragó el lodo. Ella quedó sin una pierna.
Lucero Ramírez estaba dormida. Tenía 13 años. Su madre la había acostado temprano esa noche fría en Armero, Tolima. Su padre se recuperaba de una cirugía. Sus hermanos estaban juntos, con otros familiares que habían llegado.
Olía a azufre, era exagerado lo que olfateaban aquella noche del 13 de noviembre de 1985.Sus padres creían que los hermanos Ramírez prendían candela a escondidas en el patio de la casa, pero no. Estaban en la cama.
Lucero escuchaba ruido, bulla. En la calle los vecinos corrían, murmullaban desesperadamente. En casa encendieron la radio y en las noticias, el locutor hablaba del olor exagerado a azufre. Pedía pañuelos en la nariz, trapos en la boca. Recomendaba no oler, insistían en que cambiaran de sitio los electrodomésticos. Anunciaba una inundación.
Omaira Sánchez- la niña que quedó sepultada, con su tronco y piernas bajo el lodo y que murió ante la mirada impávida de la prensa mundial- era su compañera de clase. Era monitora de sociales y extrañamente había hablado de la tragedia horas atrás del desastre. “En clase, Omaira nos decía que si se venía el volcán ella se subía al árbol de mango más grande y de ahí no se bajaba. A ella la habían llevado a ver una película porque la mamá era enfermera ”.
En casa de Lucero se fue la energía eléctrica. La angustia se apoderó de la familia. El padre cogió a sus hijos y los obligó a subirse en el carro, en una camioneta antigua que tenía frente a su casa. Pero ¡Oh sorpresa!, el vehículo estaba lleno. En Armero todos querían sobrevivir, buscaban huir del pueblo porque se anunciaba una inundación. Jamás una avalancha. Los pobladores ya estaban encima del vehículo y escasamente cupo el padre, Lucero y sus hermanos.
La madre intentaba ingresar cuando la agarró la avalancha de lodo. Sus brazos prendidos a los de su hija se desprendieron. La mujer fue arrastrada por la primera oleada. Los niños gritaban, imploraban por su progenitora, pero era imposible alcanzarla.
“Al hacer contacto con ese lodo caliente, se soltó la puerta del carro, solté a mi mamá y ella pegó un grito. Ella fue la primera que se me perdió”, narra la mujer a LA NACIÓN.com.co
El carro también corría calles abajo, deslizándose sobre un lodo espeso, fuerte, que amagaba con desaparecerlo todo. Armero quedó iluminado. Había estallado la estación de gasolina.
“Mi padre divisó una camioneta, un auto más grande y nos pasó de su taxi al otro carro”.
Segundos después, encima del camión, los sorprendió la segunda avalancha de lodo. Ahí cayó Lucero. Sus hermanos se perdieron de vista, su padre también. El lodo tapó el vehículo y ellos empezaron a hundirse en el fango. La velocidad era grande, ella rodó desde el barrio Veinte de Julio hasta el Santander, la golpearon árboles, tejas, todo lo que la avalancha se había tragado desde arriba.
“Gritaba, llamaba a mi papá, a mi mamá, pedía auxilio. Esa avalancha lo sumergía a uno, lo hundía, lo sacaba, uno tomaba aire rápido por la boca y volvía a hundirse en el barro. Me entraba lodo por los ojos, oídos, incluso por medio de los labios. Eso fue espantoso. No sé cuántos metros rodé, pero estoy viva de milagro. Era un ruido enorme, todo rugía, yo, en medio del desastre, intentaba levantarme, mirar qué había a mi alrededor, pero todo era desolador: barro por todos lados, no había orilla”, relata Lucero a LA NACIÓN.com.co
Después de rodar en medio de la avalancha, quedó tendida en un playón de barro. A su lado un tronco enorme, que cree pudo matarla.
Inconsciente permaneció casi tres días sin comer, gravemente lesionada. Más de 20 mil muertos, heridos, estaban desprotegidos como ella.
“Estaba sobre el lodo, no quedé enterrada. Un señor me miró y me ayudó a pasar a un tronco donde él estaba… Lo hice y perdí el conocimiento”.
Fue un miércoles la tragedia y tres días después un helicóptero arribó por ella. “Creo que ese señor, a quien no conocía, dio aviso”.
La embarcaron y despertó en el helicóptero. Se dio cuenta de la tragedia, que su pierna izquierda estaba herida, pero aún la sentía y podía apoyarse suavemente sobre ella.
Quiso levantarse, pero no lo consiguió. No la dejaron. Estaba amarrada de sus brazos en la camilla. Preguntaba por qué no la dejaban, pero en la Clínica Fray Bartolomé de las Casas del Tolima le dieron otra trágica noticia: le habían amputado su pierna izquierda. Le había caído gangrena. Agarró el suero, las mangueras, quiso destrozarlas. Quería desaparecer, llorar, estaba desesperada.
23 años después, Lucero Ramírez vive en Lerida, Tolima. Quedó sin su pierna, soltera, sin hijos. Su padre consiguió una nueva esposa. Su madre falleció. Humberto y Darwin Ramírez, sus hermanos, están desaparecidos. Ella cree que están vivos y los busca como agujas. Cree que los rescataron, que los sacaron del país.
A Armero, Tolima, no quiere regresar. Vive a escasos minutos de la población, pero visitar las ruinas de la localidad, la destrozan. "Siento como si la avalancha me volviera a hundir".
Lucero Ramírez, mujer sobreviviente a la tragedia de Armero.