La Nación
OPINIÓN

Don Quijote eterno

En 2015 se cumplen cuatro siglos de la aparición de la segunda parte de las aventuras del célebre“desfacedor de agravios, enderezador de entuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el vencedor de las batallas”,  que se publicó con un nombre un tanto distinto al de la primera: El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. En homenaje a Don Miguel y su obra,  de estética literaria realista y sello de Modernidad, escribimos el texto que sigue.
 
Don Miguel de Cervantes, hombre locuaz, buen bebedor y asiduo de tabernas que se sentía a gusto hablando con la gente humilde, escribió una de las obras más editadas, con lo cual se confirma su voz profética: “Y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca.” Su héroe, o más bien antihéroe, viejo, larguirucho, cabalgador de un lastimoso Rocinante, acompañado de un campesino barrigón, ebrio y analfabeta pero de gran sabiduría popular, es hombre de ideales y dispuesto a morir por ellos.
 
Desterró de la literatura a las novelas de caballeros andantes, héroes artificiosos, apuestos y de estirpe real como Amadís de Gaula, Felixmarte de Hircania, Belianís de Grecia, Tirante El Blanco, Cirongilio de Tracia, Policisne de Boecia, Lisuarte de Grecia, Olivante de Laura, Florisel de Niquea, Tablante de Ricamonte, Rogel de Grecia, Silves de la Selva, Palmerín de Oliva, Palmerín de Inglaterra, Platir y El Caballero de Febo. Estos nombres rimbombantes recuerdan los de algunos protagonistas de radionovelas de gran éxito en la Colombia de ayer como Kadir El Árabe, Renzo El Gitano, León de Francia, Kalimán El Hombre Increíble, Martín Valiente y Arandú El Príncipe de la Selva.

Solitario, loco cuerdo en una España demente, hombre sin historia, un Alonso Quijano hijo de nadie es el protagonista singular de la primera novela que se escribió en el mundo, una larga conversación con su escudero a través de la cual nos enseña que “Quien anda mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho” o “No hay cosa más gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante, buscador de aventuras.”   Enfrentado a encantadores que podían hacer que una cosa pareciera otra sobrevive a su propia muerte para decirnos que “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos.”
 
Se imaginaba víctima de poderes mágicos y peleó con colosos de más brazos que los cien del jayán Briareo disfrazados de molinos de viento por obra de las artes esotéricas del mago Frestón, a los que tilda de “mala simiente sobre la faz de la tierra” y amenaza de malaventura contra los manchegos. Es el hombre utópico, desprendido y puro enfrentado con el mal, cuya existencia es paradigma de lucha contra agoreros andantes como Palmerín de La Montaña Señor de la Guerra y su servidora María Urraca La Banal. Y sigue recorriendo todas las tierras por sobre los siglos con su mensaje de justicia, y su testimonio de hombre enamorado de su Dulcinea encantada, “emperatriz de La Mancha de sin par y sin igual belleza.”