La Nación
COLUMNISTAS

Obama y Castro

La penosa empatía entre BARAK, el del imperio odiado por el radicalismo chavista y la decrépita saga castrista de la melancólica y deprimida Cuba, anunció su desecado romance diplomático. Dio para que el oficio más antiguo del mundo junto a la prostitución, el de los brujos, agoreros, quirománticos, astrólogos y profetas (incluyendo columnistas), cavilen sobre el futuro de esa desconfiada fraternidad, mezcla de afro, sajón y tibio caribe. Cada uno juzga conforme sus emociones y deseos: Desde la derrota histórica del imperio por el David sedicioso, hasta la claudicación ante el capitalismo explotador. Es el solsticio que incuba el nuevo año, que arrecia la imaginación del espirituoso mundo latino. Cuando la fértil y retórica barba del neonato dictador de 1.959, nos llenó de ilusiones a las  nuevas generaciones sobre un mundo ideal, también reconfortó el ánimo caído de los misioneros del socialismo; más de un siglo habían esperado la redención desde el amarillento y desteñido manifiesto comunista. Parecía un hecho que se iría a superar esa etapa vil de la dominación burguesa. Algo magno estaba por nacer. Pero pasaron los años. Más de medio siglo de experimento y dominación sobre la isla cubana. El ayer luminoso, hoy es decadencia y decrepitud como la barba del antiguo déspota. La derrota del capitalismo, la sociedad sin clases, la abundancia de bienes socialistas, la racionalidad dialéctica, la etapa superior de la humanidad, es una ilusión que lastimosamente levanta ahora la mano para saludar a  quien pretendió dejar regado en el camino de la historia, mostrando una vasija indigente.

    El consuelo, es que el ogro imperialista no pudo devorar al terco dictador, al último patriarca del Caribe. Esto plantea otro interrogante. Hasta dónde el triunfo personal de un hombre puede ser objeto de veneración y culto, sin la aprobación de la historia. Y se dio el lujo el viejo Fidel, forjador de marchitas ilusiones de redención social, de mascullar su equivocación, su fracaso para construir la nueva sociedad, sin que le implicara condena alguna, sanción por su fracaso. Por el contrario, el domesticado comité de aplausos intercontinental lo llenó de encomio según la antigua costumbre. Y para completar el triunfalismo, colocó en su trono verde oliva de envoltura revolucionaria a su hermanito, Raúl, rescatándolo de la afición por el Daikirí. Lo único que queda es aceptar que es el ego el  motor de la historia. Pero hay una materialidad social, fuerzas colectivas que limitan el capricho, la arrogancia díscola del poder, capaces de corregir los rumbos. La libertad espera en Cuba.