La Nación
‘Pescadores, con la atarraya empeñada’ 5 29 abril, 2024
HUILA

‘Pescadores, con la atarraya empeñada’

‘Pescadores, con la atarraya empeñada’ 11 29 abril, 2024
La subienda, es decir la migración de peces que remontan los ríos, no hubo este año en Colombia ni en el Magdalena por el fenómeno del Niño.
Con las redes húmedas, la olleta del café desocupada y la caneca donde depositan los pescados casi vacía llegaron Fernando Bahamón Olaya y sus tres compañeros al puerto de los pescadores en Neiva, ubicado sobre la avenida Circunvalar. Los comerciantes se acercan presurosos a mirar cómo les fue en la faena, pero de inmediato en la cara se refleja la desilusión de unos y otros. Nada. La sequía deja pocos peces y mucha desilusión.

Del interior de la canoa desciende Fernando, y junto a sus compañeros empieza a sacar las pocas cuchas, bocachicos y capaces que cogieron. “Esta pesca si logramos venderla bien nos dan unos ciento cincuenta mil pesos. Ochenta mil son para pagar el transporte de las canoas y nos quedan setenta mil para repartir para los cuatro. Con eso tenemos que darle de comer a la familia”, se queja, lleno de sudor y contrariado.

Los cuatro salieron desde la noche del miércoles a pescar en dos canoas que tuvieron que llevar desde la inspección de Fortalecillas hasta cerca de Campoalegre para embarcarse y luego bajar buscando qué pescar. No es tarea fácil, el fenómeno de ‘El Niño’ ha impactado crudamente la actividad artesanal

“Hace unos dos años por esta misma temporada una jornada como la que hicimos anoche nos representaba unos seiscientos o setecientos mil pesos de pesca”, anota Jaro Rengifo.

Fernando lleva cuarenta años pescando, el oficio lo aprendió de su padre. Con lo que ha ganado en largos días de sol y angustiosas noches logró sacar adelante a la familia.

“El río a nosotros nos daba todo. Yo pescaba con mi papá desde que tenía cuatro años, ahora tengo cuarenta y cuatro y siempre he vivido de la pesca. Pero nunca había visto una crisis como la que estamos viviendo hoy. El río Magdalena se está muriendo, ya no hay pescado. Este año no habrá la tradicional subienda, sino subida de precio por la escasez de peces”, anota, con voz de lamento.

Y añade que es cierto que los pescadores no son ricos, pero con el oficio se “desembolatan” la comida, que es precisamente lo que tienen embolatado desde que empezó el verano y la abstinencia de animales.

“Para poder sobrevivir he tenido hasta que empeñar una de las dos atarrayas que tengo para trabajar. Ahora salgo a rebuscarme con una, solo, de tal manera que si se enreda, hasta ahí va la pesca”, dice.

La situación de Bahamón Olaya es la misma de todos los trabajadores artesanales que devengan su sustento de las aguas del Magdalena, quienes hoy ven con nostalgia como los días de la subienda desaparecieron. Antes, todos comíamos bocachico, nicuro, bagre y otros peces de agua dulce provenientes del río y sus afluentes, eso ya es historia, dice.

“Ya no se coge sino para medio sobrevivir y complacer el gusto de uno que otro cliente que todavía viene por acá. Los pescados están muy pequeños y a la gente no le gusta. Pero eso es lo que estamos sacando”, expresa Edwin Vargas, mientras organiza la mesa de venta. Con canalete en mano remó toda la noche para que su compañero lanzara la atarraya, y solo vio como “colaba” agua y no aparecía nada en le red cuenta.

Hace unos años, 60.000 toneladas de pescado abastecían todos los rincones del país en los primeros meses, empatando con Semana Santa. Actualmente es casi un fenómeno de importancia sólo local; incluso el número de pescadores artesanales ha disminuido sustancialmente.

Wilmer Covaleda va más allá y dice que la situación no solo es culpa del verano, sino de las represas que se han construido. Argumenta que, en otros tiempos, por seco que estuviera el río, en los meses de enero y febrero algo les tocaba de la creciente de peces.

“Yo trabajo también en construcción pero por estos meses siempre me dedico a la pesca porque es la mejor temporada debido a que se aproxima la Semana Santa. Pero este año estamos blanqueados, no hay oferta”, afirma Covaleda, mientras muestra dos pequeños capaces que cayeron en sus redes la noche anterior.
 
Trabajo de familia

En la labor de la pesca hay oficio para toda la familia: el padre y los hijos mayores salen en las canoas a aventurar río abajo bajo la luz de la luna confiados en que van a encontrar un buen banco de peces. Entre tanto, en la orilla del puerto en Neiva los espera la madre y esposa con los hijos menores, para iniciar la labor de limpieza comercialización.

Es el caso de doña Argenis Gómez, quien junto a su esposo luchan para sacar sus hijos adelante a punta de pesca. “Mi esposo sale todas las noches y yo me encargo de la venta. Pero estos días ha sido muy difícil, el río está seco y los pocos pescados están pequeños. El precio está por los montes. Un bocachico por el que el año pasado pedían cuatro o cinco mil pesos ahora vale siete. El pescado grande por el pagan bien hace rato no se ve”, anota.
 
La crisis tocó fondo

Los pescadores artesanales coinciden en que la crisis del río ya tocó fondo. “Nos podemos embarcar desde Campoalegre, Yaguará, Neiva o Villavieja y en ninguna parte hay peces. Ya no sabemos qué hacer, dicen que hay unos subsidios del Gobierno pero uno no sabe ni como se tramitan”, añade Wilmer.

Pese a la actual temporada, aún perdura la costumbre de comer pescado en la Cuaresma y la Semana Mayor, y hoy es posible conseguirlo, generalmente trucha y mojarra porque es cultivada en el embalse de Betania o en lagos.

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Los peces cada día escasean más y los pescadores ya no saben qué hacer para subsistir. Fotos Fernando Polo.

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Los pescados están muy pequeños y costosos haciendo más difícil la venta.

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Una pesca como la de la imagen deja ganancias de hasta 70 mil pesos, que se reparte entre cuatro pescadores.

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Los bocachicos medianos, que el año pasado costaban cuatro mil pesos, hoy están a siete mil, debido a la escasez.