La Nación
OPINIÓN

Por las libertades

Habría sido imposible que el tema de mi columna de esta semana hubiera sido otro y no los hechos que estremecieron al mundo la semana pasada, cuando un grupo de extremistas Islámicos atacara indiscriminadamente a la revista francesa “Charlie Hebdo”.
 
Ese día las personas de la tierra nos dimos cuenta que con el ataque perpetrado no solamente se estaban tomando represalias contra una revista crítica, sino que se le estaba revelando al mundo  el hecho de que aún existen grupos radicales que están en total contravía de permitirse respetar el derecho que tenemos cada uno de los seres humanos de expresarnos libremente.
 
Es deber de todos aquellos que contamos con la posibilidad de tener un espacio de información, opinión y crítica, el manifestarnos contundentemente en contra de cualquier fuerza opresora que pretenda impedirnos hablar con libertad y con criterio autónomo. Bien religiosa, militar, extranjera, política o económica, la libertad de prensa, la libertad de informar y opinar, no puede ser dominada por ninguna secta oscura, ni sucumbir frente a los ataques cobardes que quieran amedrentar a una sociedad ávida de progreso y de respeto por sus derechos.
 
Francia demostró que una nación unida, sólida y enfocada, vela indistintamente de cualquier interés personal, porque sus mínimos derechos sociales sean respetados y protegidos. El partido de gobierno y el sector opositor marcharon juntos proclamando libertad y respeto, no para los partidarios de su ala política, ni para los seguidores de izquierda o derecha, sino para cada uno de los franceses. Ese es el mensaje, el trasfondo del acto, demostrarle a los radicalistas, a las fuerzas opresoras que matan en nombre de un Dios desconocido, que no pueden destruir ni violar los derechos de ninguno de sus ciudadanos, por mucho que estos piensen, opinen, crean o disientan de algún tema divergente. Eso es verdaderamente democracia, eso es un Estado social, eso es un Estado de derecho pleno.
 
Lastimosamente para nosotros, el sistema en el que hemos caído no nos permite reaccionar de la misma manera. Somos indolentes ante la muerte, somos permisivos con la barbarie. Nos hemos acostumbrado a ver caer colombianos civiles o militares, soldados, guerrilleros o paramilitares, día tras día, y eso, parece, que antes que aterrorizarnos nos entretiene, nos mantiene en una zona de confort disímil a la realidad de países desarrollados.
 
Pero es deber de los muchos o pocos que aún sentimos que esto tiene arreglo, el luchar hasta donde se den las posibilidades para que se protejan los derechos colectivos o singulares de todos los colombianos. Que no se caiga en el falso criterio de pensar que la muerte y la violencia son justificables, o que simplemente me aterro del abuso y el ataque cuando soy afectado yo, o alguno de mis seres queridos. Las libertades de cada quien, el derecho que tenemos a vivir de la manera que queramos, sin agredir a otras personas, sin ir en contravía de lo justo y lo igualitario, es un tesoro que debemos seguir protegiendo, de todos, de los radicalistas de izquierda o de derecha, de las fuerzas politiqueras, de los sectores antisociales y de la delincuencia. La solidaridad debe ser el plato fuerte de la vida entre ciudadanos del mundo, para que como dijo Kennedy “el hombre pueda ser, lo que nació para ser: libre e independiente”.