La Nación
COLUMNISTAS

SOY ADMINISTRADOR, NO DUEÑO

« Muy bien, servidor bueno y fiel. Como fuiste fiel en lo poco, te confiaré lo mucho. » (Mateo 25, 14-30)

En contraposición con la visión del ser humano, que se cree dueño absoluto de todo y no tiene que dar cuenta a nadie (ejemplo: posición frente al aborto-eutanasia), la fe en Cristo nos enseña una manera diferente de interpretar el sentido de la existencia: la vida es un regalo de Dios para el hombre. Se nos ha asignado una parcela de tiempo, corta o larga, para que en ella cumplamos nuestra misión de servicio. Dios nos ha puesto en este mundo para que colaboremos en su obra creadora. La fe nos enseña que somos administradores y no dueños; por tanto, debemos rendir cuentas de nuestra gestión.

Hoy el evangelio nos invita a reflexionar sobre el uso que hacemos de nuestra libertad, y plantea lo referente a la rendición de cuentas. Lo hace utilizando unas imágenes y un lenguaje de hace dos mil años. El evangelista Mateo, nos relata la situación de tres empleados de confianza que recibieron un dinero de su jefe poco antes de que éste iniciara un viaje. A su regreso, el jefe pidió cuentas de los resultados obtenidos. Rendir cuentas es una práctica corriente en el mundo de los negocios.

Los resultados ponen de manifiesto dos tipos de gestión: dos de los empleados invirtieron exitosamente los recursos que les confió su jefe y así lograron doblar el capital. El tercer empleado careció de iniciativa y prefirió congelar sus recursos en una cuenta bancaria. El temor al jefe lo paralizó. Su falla consistió en haber permanecido pasivo.

El amo de este relato, a quienes los criados llaman “señor”, es Cristo, que se ha ausentado después de la resurrección y que volverá al final de los tiempos. Los “talentos” recibidos en consignación son los carismas que cada uno de nosotros posee y las tareas que él nos ha asignado. El “rendimiento de cuentas” es el juicio final, en el cual cada uno será evaluado según los resultados obtenidos. La eficacia de los dos primeros empleados es el resultado de asumir la fe como un compromiso de servicio y transformación de la sociedad. En cambio, el tercer empleado estuvo paralizado por el temor, y sus prejuicios le impidieron actuar.

Esta parábola de los talentos es una manera de plantearnos dos estilos diferentes de vida cristiana: Por una parte, la vida de fe presentada como una tarea de transformación de la realidad. Dios cuenta con nuestra colaboración para seguir anunciando su nueva noticia. Por otra parte, la parábola nos muestra el triste espectáculo de creyentes que permanecen pasivos ante las necesidades de la Iglesia y de la comunidad. Para ellos la fe es una experiencia individual, que se produce en lo íntimo de la conciencia y que no trasciende a la vida social.

Que esta “parábola de los talentos” nos ayude a tomar conciencia de los carismas recibidos y de la responsabilidad social que pesa sobre cada uno de nosotros. Debemos rendir cuentas ante nuestra conciencia, ante la sociedad y ante Dios de los carismas recibidos.

Sugerencias al e mail: elciast@hotmail.com