Violencia, política y economía

El esperado informe del Grupo de Memoria Histórica sobre las víctimas de la violencia en Colombia es crudo y real, con cifras que dejan muy en claro el tremendo impacto negativo del conflicto no solo en términos de víctimas sino en descomposición familiar y generación de odios y resentimientos de aquellos que vieron morir a sus seres queridos y que a lo largo del tiempo han sentido su ausencia y soportado las limitaciones heredadas. 220.000 muertos en 54 años dice contundentemente como la cultura de la muerte se ha impuesto en la solución de un conflicto que se ha vuelto interminable. No obstante, me temo que esta lección seguirá como no aprendida.
La oportunidad de la publicación del informe, en plenas conversaciones de paz en La Habana, lo cual hace pensar en una buena jugada política de Santos para insistir en su propuesta de paz resultará inútil para que se logre un acuerdo que ponga fin al estado de violencia ya inveterado. Paralelamente, las marchas en Tibú, las protestas de mineros en Antioquia y Caldas, las amenazas de paro de los cafeteros, cacaoteros y otros generadores de actividad económica, atizan la violencia y ya se cuentan algunos muertos. Ya parece un recurso político acudir al cierre de las vías y declararse en rebeldía para lograr lo que los cafeteros ya lograron, en una insensata copia de la estrategia.
Mientras esto ocurre, las proyecciones económicas se revisan a la baja. Ya se fijó la nueva meta de crecimiento del PIB en 4% con argumentos como la continuación de la crisis en Europa y la lenta recuperación de la economía Norteamericana pero no se anotan los “aportes” que estamos haciendo desde adentro para disminuir el ritmo de crecimiento. Desde hace tiempo se ha cuantificado en 2 puntos porcentuales el crecimiento adicional de la producción nacional si el conflicto acabara; pero esto se nos ha vuelto un objetivo inalcanzable y lo seguirá siendo si no se impone la sensatez y el país entero asume el compromiso de acabar con estos escenarios de violencia que en nada contribuyen al bienestar que tanto se menciona pero que su alcance se hace cada vez imposible; o mejor, se logra pero de una manera excluyente, lo cual atiza la violencia por el aumento de la desigualdad indicador en el que somos uno de los países líderes. Hay que asumir otra actitud, definitivamente.
 

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