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Feliz Año: amabilidad supersticiosa

He querido dedicar esta primera cuartilla del año para reflexionar en torno a una expresión cargada de jocosidad y folclorismo; es el famoso: “¡Feliz año!”. La noche anterior a la madrugada del Año Nuevo, se encontraba enmarcada con una nostalgia que aparecía en escena de una forma silenciosa, y cuyo deseo de felicidad era camuflado bajo un acto cívico como lo es un sencillo saludo de apretón de manos o en el mejor de los casos un abrazo. Pero, ¿qué hay detrás del saludo que junto con la fiesta de fin de año, se nos ha convertido tan rutinario? ¿Qué tan sincero nos puede resultar un deseo de felicidad para el otro? ¿Cuántos de nosotros no fuimos obligados a darle el saludo de feliz año a aquella persona que no gozaba de nuestra simpatía? En fin. Muchos verán el fin de año como una segunda oportunidad frente a lo que no se pudo lograr en el año que terminó. Innumerables propósitos y compromisos florecen por doquier. Alguna que otra enemistad es superada por la confusión de los saludos. Otros prefieren expresar en llanto su comodidad disfrazada de felicidad. Y precisamente este caos de sentimientos es lo que han venido aprovechando muy bien los mercaderes del tiempo, porque en últimas la celebración del “fin de año” no es otra cosa que una celebración del tiempo como parte de nuestra liturgia doblegada al dios cronos. Alimentamos nuestros intereses de entender al tiempo más por su extensión que por su calidad, y por lo tanto en muchas oportunidades es más creíble los años medidos por cuartas que por profundidad.

Sería algo ingenuo afirmar la banalidad de la celebración del tiempo. Por historia sabemos que dicha festividad hace parte de la faena pastoril de nuestras naciones desde la Mesopotamia hasta la península de Yucatán, el hombre ha celebrado el tiempo de las grandes cosechas. Pero la lógica de las cosas se ha invertido. Resulta que anteriormente los tiempos estaban regidos por las acciones del hombre. Hoy son ellas las que están determinadas por el tiempo con un poder invisible pero con repercusiones muy evidentes. Pregúntese lo siguiente amable lector, ¿Es el tiempo producto de la invención humana o es algo que siempre ha estado ahí, y simplemente el ser humano se percató de su existencia? El deseo que se expresa mediante un saludo con motivo del fin de año es más delicado que el año mismo que termina. Cuando deseamos algo es porque sencillamente no lo tenemos, no lo poseemos. Si deseamos “¡Feliz año!”, es por ese fulano a quien saluda no lo tiene. Y ¿por qué no lo tiene? Porque no ha vivido aún el año; simplemente lo está apenas comenzando. Por consiguiente, sería más lógico pensar si el año que acabamos de vivir fue y no un tiempo feliz para luego sí celebrarlo.

El saludo que muchos dimos pasada la medianoche no fue más que un gesto de amabilidad supersticiosa. Esto es muestra cómo culturalmente venimos cultivando una concepción no contraria pero si tergiversada de las cosas. Culpables o no, celebrar el Año Nuevo para muchos le resulta más rentable que ponerse a pensar si fueron o no felices en el tiempo vivido.