La Nación
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Invitados a ser humildes

PALABRA DE VIDA

« Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado». (Lucas 14, 1.7-14)

El Evangelio de hoy nos habla de una virtud, una actitud muy decisiva para lograr la perfección cristiana: la humildad. Pero, ¿qué significa la humildad? En esto puede haber un peligro de equivocación. Humildad es muy distinta de sentimientos o complejos de inferioridad: estos son expresiones de desaliento o depresión. En nuestro tiempo actual, muchos sufren de estos complejos o sentimientos, especialmente los melancólicos. Necesitan ante todo una sana confianza sí mismos.

¿Cuál es, pues, el hombre verdaderamente humilde?: el hombre humilde es y se siente – por sí solo muy débil, necesitado y defectuoso; pero unido con Dios, es y se siente de un valor muy grande.

Humildad se entiende, por eso, como actitud de la creatura limitada y pecadora ante el Dios perfecto y santo. En esa perspectiva, humildad es verdad, porque el humilde conoce y reconoce su debilidad y pequeñez. La usa para vincularse más profundamente con Dios. La verdadera humildad nos hace poner nuestra confianza en Dios y en su misericordia. Por eso dice San Pablo, en una de sus cartas: “Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo”. Y más adelante agrega: “Cuando me siento débil, entonces soy fuerte”. (2 Corintios 12,9.). La Palabra de Dios nos invita a vincular nuestro desvalimiento con la omnipotencia de Dios, nuestra pequeñez con la infinitud de Dios, nuestra miseria con la misericordia de Dios. Y el Padre del cielo no puede resistir a la debilidad, cuando es conocida y reconocida por sus hijos. Es como una predilección de Dios ante el hombre humilde. “Grande es la misericordia de Dios, revela sus secretos a los humildes”.

El gran modelo de esta actitud de humildad es la Santísima Virgen. La razón de su pequeñez no es la experiencia de la culpa o del pecado, porque sabemos que ella quedó íntegra durante toda su vida.

Su humildad se basa en la conciencia de ser creatura ante el Dios omnipotente. Sabe de la distancia infinita entre ella y el Dios eterno. Y se complace en reconocer su pequeñez y limitación humana ante la infinitud de Dios. Expresión maravillosa de esta actitud es su cántico del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. El grado más profundo de humildad lo encontramos en Jesucristo. Él enseña la necesidad de ser humilde como Él, diciendo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11,29).

Y como siervo, lava incluso los pies a sus discípulos. Se humilla, finalmente, “obedeciendo hasta la muerte, y muerte de Cruz”, como comenta San Pablo en una de sus cartas (Filipenses 2,8).

En Cristo, la humildad se une con su disponibilidad servicial para con el prójimo. Porque el hombre realmente humilde, siempre es servicial y se pone desinteresadamente a disposición de los hermanos. Así enseña también el Evangelio de hoy: que nos demos a los demás, sin buscar una retribución, sólo esperando la recompensa de Dios al final del camino.

Sugerencias: elciast@hotmail.com