La Nación
OPINIÓN

Civilización y barbarie

En La tempestad, 1611, William Shakespeare refleja la mentalidad europea en la etapa de los descubrimientos, conquistas y colonizaciones de principios del Renacimiento y comienzos del Barroco.  El dramaturgo inglés, según han revelado investigaciones sobre su obra, se inspiró en América para crear su obra basado en la carta escrita en 1610 por William Strachey, un miembro de la tripulación de la fragata Sea Adventure en la cual relata el naufragio que los llevó a una isla de Las Bermudas, y en las “Relaciones sobre la conquista y colonización de América” de Ruy Díaz de Guzmán.

La trama se resume así: Próspero, duque destronado de Milán, naufraga con su Corte cerca de una isla en que su único habitante es Calibán, anagrama de “caníbal”, voz proveniente de “caribe”. Calibán, símbolo de América, es presentado como un ser bárbaro y monstruoso, reducido a la esclavitud y tratado como un animal por Próspero, símbolo del colonizador.

Según Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas de Cuba, quien destaca la resistencia de los caribes frente a la Conquista española en su ensayo Calibán. Apuntes sobre la cultura en Nuestra América, para los europeos “el caribe dará el caníbal, el antropófago, el hombre bestial situado irremediablemente al margen de la civilización, y a quien es menester combatir a sangre y fuego.” Esto a pesar de que Montaigne en De los caníbales, 1580, había escrito: “nada hay de bárbaro ni de salvaje en estas naciones (…) lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres.”   

Se configura así la falsa oposición civilización/barbarie, denunciada por Fernández Retamar, que, bajo los emblemas de la cruz y la espada, utilizaron los españoles para exterminar a los pueblos indígenas de la América hispana y sustraer sus riquezas, amparados además en una sentencia de Aristóteles en la Política: “Algunos seres, desde el momento en que nacen, están destinados, unos a obedecer, otros a mandar…”

Pocos siglos antes también Europa había adelantado las Cruzadas, 1095-1201, invasiones guerreras contra los musulmanes del Oriente Medio con profusión de muertos en los dos bandos, impulsadas por los pontífices romanos y la Francia de los reyes Capetos, dirigidas a rescatar a Jerusalén, la “Ciudad de Dios”, y a los santos lugares de la cristiandad de manos de los “infieles”.

El lema de los cruzados era una sentencia del Evangelio según San Mateo: “Toma tu cruz, y sígueme.” En síntesis, guerras de religión contra pueblos mahometanos aprovechadas, además, para apoderarse de las rutas del comercio.

Entre 1939 y 1945 la Alemania nazi con la tesis hitleriana de la superioridad de la raza aria causó la Segunda Guerra Mundial que produjo entre cincuenta y setenta millones de víctimas, el Holocausto judío, y destrucción y muerte en Hiroshima y Nagasaki por las bombas nucleares arrojadas por los Estados Unidos. Otra vez genocidios y crueldades de toda laya debidas a una idea de “civilización” que, como ha sostenido el sociólogo brasileño Pedro Demo en su libro Ciencias sociales y calidad, está unida en Occidente a la idea de superioridad, desprecio a los demás pueblos y a la obtención de plusvalía.

Y para no sobreabundar, citemos un último caso. En 2003 los Estados Unidos de George W. Bush y una coalición de países occidentales invadieron a Irak. El pretexto fue la posesión por parte de este país de supuestas armas de destrucción masiva, lo cual nunca pudo comprobarse. En Irak, aún ocupado por los EU, la guerra ha sido causa de infinidad de muertos, entre ellas de ancianos, mujeres y niños, que el Pentágono despacha con el simple nombre de “daños colaterales”.

Bush, por su parte, daba también una justificación de la guerra en términos religiosos que recuerda las Cruzadas de la Europa medioeval: “salvar la civilización occidental y cristiana”. En este contexto los árabes islámicos eran presentados como bárbaros intratables y opuestos a los bienes de la civilización.

Sin embargo en 2007 Alan Greenspan, expresidente del banco central de los EU, reveló en sus memorias el verdadero motivo de la invasión: controlar las reservas de petróleo y evitar que la Unión Europea o potencias emergentes como China e India se acercaran a ellas. De nuevo Occidente combinando fanatismo religioso y ambición desmedida envueltos en ropaje civilizatorio para justificar genocidios, y torturas y tratos degradantes como los que propinaron combatientes de EU a prisioneros de la cárcel de Abu Ghraib.

Frente al recorrido histórico hasta aquí presentado y a los condenables e inadmisibles hechos recientes ocurridos en París, que produjeron el asesinato de dibujantes del semanario Charlie Hebdo a manos de hombres del Islam por burlas contra el profeta Mahoma, vale la pena hacerse algunas preguntas: ¿No ha ejecutado Occidente genocidios y acciones bárbaras con justificaciones de carácter religioso a lo largo de la historia? ¿Un acto criminal o guerra es bárbaro sólo si proviene de autorías distintas del “civilizado” Occidente? ¿Escapa la libertad de expresión a los límites del respeto a otras culturas y sus símbolos?

Y, para terminar, una afirmación: lo sucedido en París sólo le conviene a potencias occidentales ávidas de lucro para justificar nuevas invasiones al Oriente Medio a fin de apoderarse de sus recursos petroleros.