La Nación
COLUMNISTAS

El paro de caficultores. Por Gabriel Calderón Molina

Quienes a lo largo  de la vida, o leyendo la historia de este país, sabemos de lo que ha significado para la economía   colombiana la caficultura, entendemos las razones que les asisten a los productores del grano para adelantar el paro en que  ahora  están comprometidos. Sin el café, qué hubiera sido de Colombia a lo largo  de casi todo el siglo XX, cuando este producto campesino era casi el  único  renglón de exportación que le daba  estabilidad a la economía nacional, incluso cuando no existían carreteras que lo llevaran a los puertos. En el caso del café que  producía la hacienda de Laboyos, unas  cuatrocientas cargas  anuales, cuyo  transporte se hacía a lomo de mula desde Pitalito hasta Neiva y luego por  vía fluvial hasta  Barranquilla. Ahora los  tiempos  son otros con el desarrollo de los medios de transporte y las nuevas  tecnologías de producción y procesamiento que  hicieron del consumo del café un producto de consumo mundial.  También,   los tiempos  son otros, cuando a la cabeza de las exportaciones colombianas ya no figura el café, dando lugar a que los  gobiernos miren  para otro lado cuando la caficultora, por una  razón o por otra,   ha entrado en crisis comprometiendo una actividad agraria  que permitió la educación de los hijos de varias generaciones  de productores  que desde las  laderas de nuestras cordilleras lo cultivaron e hicieron de su producción y exportación un orgullo nacional. Pero hoy la suerte de la  caficultora ha  pasado ser otra.  Hasta se la utiliza para sostener frondosas e ineptas  burocracias  de una Federación que ha venido a menos precisamente por  esto. La crisis no solo es de ahora, viene  gestándose desde  hace más de quince años. Pero hace  cuatro los  políticos, creyeron resolverla con la expedición de la Ley 1337 de 2009, en la que se rendía homenaje a los caficultores, norma que  fue apenas un simple  cepillazo para ocultar, con motivo de los ochenta  años de  la Federación de Cafeteros, la incapacidad,  tanto del gobierno  como esta organización, para sostener la producción cafetera, castigada con los elevados costos de los insumos que ya  la tenían al borde de la quiebra. De poco ha valido que sean 560.000 familias las que subsisten gracias al cultivo del café. Ha  faltado visión de nuestros gobernantes, como si la han  tenido los  gobiernos franceses, españoles e italianos para sostener exitosamente la viticultura, frente a la competencia vinícola surgida en los  últimos 20 años en Chile, La Argentina, Sudáfrica, Australia y California. Pero  aquí no  podemos.