La Nación
OPINIÓN

Ser de un equipo chico…

….Es un verdadero tormento, una prueba de fe, una simbiosis inexistente entre el corazón y la razón, en donde el corazón siempre querrá gritar ¡dale campeón! y la razón dirá… ¡ni de fundas!. Es, un sufrimiento consentido y una pasión inexplicable.   

Ser de un equipo chico es que los medios nacionales barran el piso con él, es escuchar una transmisión en radio o en televisión y que los comentaristas alaben al rival “grande” o en su defecto critiquen las flaquezas del pequeño. Si el chico gana fue por los errores imperdonables de su rival, o porque se lesionó alguna de sus estrellas, o porque simplemente lo del pobre es robado.  

No hace falta ocultar bajo un seudónimo el equipo al que me estoy refiriendo porque es demasiado obvio, el atlético Huila es grande y glorioso en los corazones de sus hinchas, esos bichos raros que osan ponerse la camiseta amarilla cada tanto, cuando deberían tener la camiseta de los grandes e históricos del Fútbol Profesional Colombiano o en su defecto la de los grandes del fútbol mundial, tal como lo enseñan en los medios.

A los hinchas de estos equipos casi siempre se les da por tener un equipo de repuesto, es decir, un equipo al que alentar cuando el pequeño no está disputando nada importante (como usualmente pasa con el Huila), y sin embargo al estadio de Neiva, siempre cuenta con un numero ínfimo pero representativo de hinchas  que van con su radio, su cojín del Huila (para evitar infecciones urinarias a causa de las cómodas e hirvientes graderías del Plazas Alcid), gorra contra los rayos ultravioleta que se cuelan por el hueco en la capa de ozono que hay sobre la ciudad de Neiva y una bandera con la figura sonriente del “Barcino” y el lema “el equipo de todos”.

Están también los hinchas de la llamada tribuna popular, estigmatizados como “barras bravas” que cantan y saltan como quien busca alejarse de las tristezas y las amarguras que rodean su entorno familiar y personal. Su presencia siempre será notada muy a pesar de que los barristas de equipos rivales les restrieguen los títulos y campeonatos que ellos no poseen.

Por otra parte están los hinchas conversos, esos que tomaron la decisión de apoyar al equipo de la tierra, porque sería muy ilógico que mientras muchas ciudades en Colombia suspiran por tener un equipo profesional-y mucho más, en la primera A- aquí algunos solo van al estadio cuando juegan los azules, los verdes o los rojos.

Y como no olvidar a los hinchas oportunistas, los que solo van si la boleta es regalada y si es para una final. Compran la camiseta cinco minutos antes, y si pierden, fácil, se la quitan…
Ser de un equipo chico es ver como los equipos grandes le hacen bullying al tuyo,  como imponen sus posturas, como se rapan los jugadores y hasta técnicos.

Con el tema del Pecoso ya casi superado se llega a la triste conclusión de que, si uno no quiere lo que es de uno, nadie más lo va a hacer. Era válido el anhelo de algunos hinchas (y allí me incluyo) que veían en el “Pecoso Castro” una trama digna de la pantalla grande. “El sexagenario técnico sale de su retiro forzado para tomar las riendas de un equipo de media tabla, y con disciplina y esfuerzo lo saca campeón”. Película al fin y al cabo, porque nunca sucedió, el pecoso se fue al equipo de sus amores, que de paso le pagaba mucho más y perdió la oportunidad de buscar la gloria con un club pequeño, cosa que muchos pensamos es más meritorio y más inspirador, al estilo David y Goliat.

 Decir que el Huila es un equipo chico no es peyorativo más sí una realidad. Realidad que se traduce en una responsabilidad compartida entre directivos e hinchas, inclinándose la balanza más hacia el lado de los dirigentes. Que ser empresario del Futbol en Colombia no es fácil, nadie lo niega, que a los del Huila les ha tocado muchas adversidades, tampoco se discute. Pero al público como consumidor que es, se le enamora y se les convence con espectáculo y eso solo se consigue con buenos jugadores (que muchas veces son los de la misma tierra), con buenos técnicos, con un proceso serio y no desmantelando la nómina cada 6 meses en busca de dinero.

En su afán de liquidez, las directivas venden los jugadores más representativos como si el objetivo de un club de fútbol fuera hacer plata y nada más. Por supuesto que ese es uno de los objetivos, pero se les olvida el más importante, jugar buen fútbol y alcanzar la Gloria, es decir, ganar títulos. Si después de ver las tribunas con más de quince mil espectadores en los últimos cinco partidos de local no les sirvió a los dirigentes para entender que con un técnico serio y un buen plantel la gente va al estadio, paga su boleta, consume dentro de las instalaciones y compra la camiseta original,  entonces el futuro del Atlético Huila está perdido.  Después, cuando la suerte esté echada, vendrán las acusaciones y chantajes como que venderán al equipo a un empresario en los llanos, o en Popayán y por supuesto la culpa será de los hinchas que no van por ser tacaños, cuando los tacaños son ellos.

Tocará esperar que nos llegue la suerte del Chelsea, equipo londinense por quien hace veinte años nadie daba una “libra”,  hasta que llegó el ruso Abramovich le inyectó dinero, hizo que la gente colmara las graderías y sorprendiera a todos, con el monstruo de equipo que es hoy en día.

Por lo pronto esperar que el “huilita” haga lo que pueda con lo que tenga, al momento de iniciar la nueva liga, y nos ilusione con lo única meta que las directivas se trazan año tras años que es por supuesto, no descender.