Decir, “sabes que te quiero mucho,” mientras se golpea al destinatario de este mensaje, es una evidente contradicción de nefastas consecuencias para el agredido. La coherencia entre el gesto y la palabra es decisiva para la sana constitución subjetiva de los seres humanos. La oposición entre estas dos formas de comunicación es un poderoso factor de malestar y perturbación emocional. La calidad de la construcción y el desarrollo de los vínculos afectivos requeridos para convivir de manera grata con los demás, depende mucho de lograr una comunicación que integre lo dicho con una expresión gestual de sincero refuerzo a lo enunciado. Por desgracia, esto no siempre se logra y muchas veces sucede de modo inconsciente. Bien sea para negar un pedido o para concederlo, hay que armonizar la argumentación verbal con la expresión gestual. No resulta saludable que una madre, por ejemplo, conceda un permiso para que su hija vaya a una fiesta, si lo hace a disgusto, con el semblante propio de quien teme lo peor, sin un efusivo abrazo. La chica no sabrá al fin cuál es el verdadero mensaje materno y de repetirse esta situación, internalizará también una confusa ambivalencia sobre la corrección de su propio comportamiento: “¿debo o no ir a fiestas?”. “Si voy a divertirme, ¿hago sufrir a mi madre?”. De igual manera, un profesor que pretenda promover valores de convivencia ciudadana respetuosa y democracia participativa, mediante explicaciones claras pero con una actitud gestual y postural que irradie arrogancia, severidad y petulancia, confundirá a sus estudiantes, generará distanciamiento y poca credibilidad en su mensaje. El esfuerzo docente será fructífero si el maestro habla de la participación ciudadana mientras permite, sin enojarse y con complacencia, que sus oyentes intervengan, así sea para criticar lo que él dice. Para los niños y las niñas el efecto nocivo de la contradicción constante entre la palabra y el gesto, por parte de sus padres, es considerado por algunos psicólogos sociales y sistémicos como factor asociado a delicados trastornos mentales. Tratados así, niños y niñas captan algo muy difícil de asimilar: se les pide que hagan algo (“¡haz lo que quieras!”) pero, al mismo tiempo, que no lo hagan (portazo) o que hagan lo opuesto. De esta manera los niños no pueden escapar de la confusión para la acción, de actuar condenados por la zozobra al fracaso o, también, de paralizarse. Sometidos a tales condiciones no podrán desarrollar cualidades subjetivas básicas para consolidar vínculos afectivos amparados en la confianza en el otro(a), la seguridad y la autonomía para decidir. Les recuerdo a padres, madres y docentes que el mensaje y su impacto no están únicamente en las palabras del que habla, con igual o mayor importancia residen en su cuerpo, con énfasis en el rostro, las manos y el tono de voz. *Docente Usco-Crecer.