La Nación
OPINIÓN

“Brilla la estrella de paz/Brilla la estrella de paz”

Ojalá estos versos del villancico más bello y famoso del mundo, Noche de paz, se hagan realidad en nuestro país, el más hermoso y diverso del mundo. Ese día nuestros padres, abuelos y hermanos campesinos podrán volver a sembrar la tierra sin temor al despojo, la agresión y la muerte, y en las praderas sólo se oirá la música de las aves, el mugir del ganado, el himno matinal del gallo que anuncia la continuidad de la vida, el murmullo de los arroyos y los árboles, y el canto de ilusión que el sembrador escribe sobre la piel de la geografía.

Los ríos correrán sin la amenaza de caer prisioneros en muros de hormigón que son todo lo contrario de su símbolo: la libertad sin fronteras deslizándose por planicies y sabanas. Los pescadores volverán a sus orillas y obrarán el milagro de la multiplicación de los peces. Las tierras y los páramos serán también libres de máquinas predadoras y mercurios. El aire recobrará su transparencia, los cielos serán azules, las playas de los mares estarán limpias y un nuevo sol iluminará los rostros de los niños campesinos que caminan por las sendas de la patria para recibir las enseñanzas de sus maestros.

El espacio se llenará del aroma de las flores, y la Miosotis, la “Nomeolvides”, la flor del tiempo, la de peciolo alado y corolas blanco y malva, curará las heridas y la ceguera del fanatismo para que no haya más odios entre nosotros. El hambre desaparecerá de los estómagos campesinos y obreros, pues los hombres, las tierras y las aguas harán alianza para que todos tengamos el pan de cada día.

Los dedos de los artesanos darán vida al Caballito de Ráquira, el que los mira y relincha evocado por Niyireth en su canción, para que vuelva a galopar sin bridas y sin que le saquen copias: será hecho de las tierras ocres  con creatividad y no con el fango gris de las sepulturas. Si este sueño se cumple, si esta utopía se hace realidad, los labriegos de Campoalegre volverán a estar optimistas porque otra vez podrán guardar sus mejores semillas de arroz para seguirnos dando su alimento ancestral y no ponzoñas transgénicas,  y los cafeteros del Sur verán que su grano será prenda de prosperidad como justo reconocimiento a una vida de trabajo probo que mucho ha servido al país.

En todas las ciudades, pueblos y veredas colombianas desaparecerá el lastre del desempleo desterrado por la canción del trabajo interpretada con instrumentos que todos podremos tocar: el arado y el tractor en los campos, las máquinas y computadores en las fábricas, la ciencia y la imaginación en todos los establecimientos educativos, y el poder creador del arte capaz de inventar universos de ficción que nos lleven a descubrir modos de convivencia humana en donde no exista exclusión, discriminaciones ni desigualdad.

El hombre y la naturaleza se reencontrarán, y podremos entonces contestar las preguntas de José Eustasio Rivera: “Me borrará la noche. Mañana otro celaje; / ¿y quién cuando yo muera consolará el paisaje?/ ¿Por qué todas las tardes me duele esta emoción?” Cuando este sueño se cumpla, cuando esta utopía se haga realidad, podremos ver un país en paz, con solidaridad y esperanza, porque el amor habrá nacido entre nosotros.